En efecto, mes amis: así es. Desde un tiempo a esta parte, desde que los políticos y las políticas catalanas han cambiado de look, España no es país para peluquerías viejas especializadas en permanentes abisinias, ni tampoco para remilgados peluqueros de corte a navaja que finalizan su obra de arte con un tupé a base de fijador intenso con reflejos dorados. El pelo, nuestro peinado, debe ser libre desde el mismo momento en que vinimos al mundo; debe expresar, frente a quienes lo admiran, una sensación de triunfo, un mapa de libertad, una pinacoteca de independencia, como gustan poner de manifiesto los políticos y las políticas independentistas catalanas. La Historia contemporánea nos ha dado sólidas muestras sobre la importancia del peinado, de ahí lo transcendente del tema. ¿Quién de ustedes dos no recuerda con melancólica añoranza, mientras espera alegremente la cola del pan en Venezuela, esa bífida península de pelo que asomaba de la rudimentaria y corsa calvicie de Napoleón? ¿Quién de ustedes dos no se inquieta hasta el estremecimiento al visualizar el artero flequillo de Herr Adolf cuando estaba a punto de finalizar el último capítulo del Mein Kampf y dirigirse al punch de la cervecería? ¿Quién de ustedes dos no se sobrecoge de emoción al contemplar la frondosa melena al viento (interior) del apolíneo Benito Mussolini? ¿O quién de ustedes dos, acaso, ha olvidado el muelle tupé proletario, ingrávido, de los miembros (en el comunismo de machotes, el de verdad, no hay miembras, a ver si se enteran los progres) que conforman la dinastía de Corea del Norte? Pues eso: ¿qué vale un Velázquez? No tiene precio? el peinado, «of course».

Siguiendo el hilo de este capilar artículo y razonablemente protegido con esa seguridad que da un buen peinado «avant la lettre», el camarada-presidente Puigdemont se fue a EE UU para que lo recibieran en la universidad de Harvard y perorar sobre España, esa gran desconocida allende los mares y que tan bien conoce e político independentista. En una pequeña aula, rodeado de un inmenso gentío de 90 personas ?la mayoría de ellos estudiantes catalanes? el hombre del peinado conceptual del año se permitió comparar la democracia española con la turca, seguramente porque el presidente por accidente no habría visto «Expreso de medianoche», ni tampoco cómo se las gasta el ejército del islamista Erdogan con la población kurda; tampoco debe conocer las últimas noticias sobre el autogolpe de Estado que Maduro ha dado en Venezuela al anular las competencias de la Asamblea Nacional ?sede de la soberanía venezolana? y traspasándoselas a los miembros y miembras del Tribunal Supremo que el propio Maduro nombró. Quiero pensar que será por todo eso, aunque Puigdemont no lo precisó ante tan numeroso y notable auditorio.

Y como el sueño del peinado suele producir monstruos en quien lo porta, pese a que el español Goya lo concibiera de otra forma refiriéndose a la razón en los Caprichos, Puigdemont se envalentonó sobre su análisis sobre España y, ante el inmenso gentío de 90 acólitos, espetó que España era un país atrasado y coercitivo ante la estupefacta y asombrosa mirada del gentío. No dicen las crónicas si el numerosísimo público le piropeó aquello de «torero, torero?», o se limitó a pedirle los datos de su peluquero para solicitar urgente cita con él? con el peluquero, se entiende. Que España es un país atrasado cuya democracia debe compararse con la turca es una tautología que no hace falta nos recuerde Puigdemont, solo hay que ver lo que ocurre en Cataluña y en Barcelona para darse cuenta de esa realidad. Así, mientras Puigdemont y su peinado hacían esas contrastadas aseveraciones en Harvard ante 90 personas (un viaje de más de seis mil kilómetros para ese público sale a una media de 68 kilómetros recorridos por devoto oyente, que no está nada mal), jóvenes y jóvenas de la CUP, de extrema izquierda, asaltaban la sede del PP en Barcelona, lo mismo que habría ocurrido en países tan atrasados como EE UU, Gran Bretaña o Alemania. Dirigentes de la CUP asumían y justificaban posteriormente estos actos calificándolos de democráticos. Así, a Puigdemont debió olvidársele contar a su auditorio de 90 fieles (1 por cada 68 kilómetros) que el Ayuntamiento de Barcelona está regido por Ada Colau, defensora y miembra, en su día, del movimiento okupa. Igual que ocurre con los alcaldes de Boston o Nueva York, dos ciudades atrasadas. Así, a Puigdemont debió olvidársele contar a su abarrotado auditorio (1 por cada 68 kilómetros) que Barcelona es la ciudad española con más robos con violencia e intimidación por habitante de España, según los datos del Sistema Estadístico de Criminalidad 2015, igual que en las atrasadas ciudades de Boston o Nueva York. Así, a Puigdemont debió olvidársele decir a sus 90 fieles (1 por cada 68 kilómetros) que Cataluña es la comunidad española que más empresas perdió en 2016, según informe de la firma estadounidense ?qué incómoda paradoja? D&B.

Son tantas las cosas que se le olvidó decir a Puigdemont en USA, que la única explicación posible solo puede venir de los extraños efectos que causan ciertos peinados. Si el sueño de la razón producía monstruos, admirado Goya, el sueño del peinado produce el monstruo de la amnesia. No quiero olvidar que he pedido hora en mi peluquero para que me aplique la permanente abisinia, espero que no me den reflejos. Ya no sé ni cómo me llamo.