Seguramente desarrollar las funciones de padre y madre constituye una de las tareas más complejas a las que una persona puede dedicarse. Conlleva cuidar al niño, protegerlo, estimular su desarrollo físico, psicológico, intelectual, y espiritual. Pero, en ocasiones, pueden surgirnos ideas equivocadas o creencias erróneas que entorpezcan este proceso. No se trata de ser su dueño (los hijos no son una propiedad), ni su jefe, ni su amigo. Más bien consistiría en ser un orientador auténtico.

Debemos recordar que los hijos no nacieron para cumplir nuestros sueños, satisfacer nuestras vocaciones frustradas, o nuestras expectativas. No han de ser como nos hubiera gustado ser a nosotros, ni hemos de procurarles necesariamente todo lo que no tuvimos. Las referencias a nuestro pasado, a la hora de decidir su futuro, no tienen en cuenta su realidad.

La función de un hijo tampoco es ocupar nuestro tiempo o dar sentido a nuestra vida. El rol de padre no debe ensombrecer nuestro rol como persona ni como hombre o mujer. De igual modo, no hace falta que, como padres, seamos perfectos, ni que conozcamos todas las respuestas. Aceptemos quienes somos, y no les ofrezcamos una imagen idealizada, que un día les decepcionará.

El joven ha de aprender a tomar sus propias decisiones, aunque con límites. Tal vez, establecer límites, y consecuencias de incumplimiento de dichos límites sea una de las áreas de mayor complejidad. Los límites han de ser claros, quedar por escrito, estar consensuados previamente, y ser acordes al momento evolutivo del joven. Recordemos que contribuyen al desarrollo de su autocontrol, y su objetivo es evitar conflictos.

Pese a todo ello, tendrán lugar momentos difíciles, discrepancias, enfados? En estos casos, la mejor sugerencia es hablar con ellos. Conversar evitando los reproches, las acusaciones y las culpas. Preguntar lo que queramos saber, y justificar nuestras decisiones. Para ello, existen diferentes estilos de comunicación: el coercitivo o impositivo, por ejemplo, dificultará enormemente el entendimiento, generará ansiedad y tensiones por ambas partes, y alimentará mecanismos para aliviar dichas tensiones, como pueden ser el consumo de drogas, la violencia, o la depresión.

El estilo permisivo, evita los conflictos, pero genera problemas con la aceptación de los límites, y esto podría desencadenar problemas de conducta en la escuela al ser incapaces de tolerar la frustración que originan en ocasiones las responsabilidades.

El estilo inconsistente, en el que unos días el joven es premiado y otros castigado por una misma conducta, podría decirse que es el más perjudicial y desencadena problemas graves con el tiempo. Es el modo asertivo, firme sin llegar a ser inflexible, y comprensivo sin caer en la laxitud, el que probablemente nos permita un entendimiento más sano con nuestro hijo.