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Puertas al campo

La gran reestructuración

Se trata de profundos cambios en la estructura económica y social del mundo y de sus componentes, al margen de que empresas de Silicon Valley dominantes en el primer campo, como Google o Amazon, están intentando digitalizar el consumo doméstico de energía basándose en energías renovables

La raíz de nuestros problemas no es que estamos en una gran recesión, o un gran estancamiento, sino más bien en las primeras etapas de una gran reestructuración. Nuestras tecnologías están avanzando, pero muchas de nuestras habilidades y organizaciones están rezagadas. Por lo tanto, es urgente que entendamos estos fenómenos, discutamos sus implicaciones y presentemos estrategias que permitan a los trabajadores humanos avanzar con las máquinas en vez de competir contra ellas». Un informe del Banco Mundial comienza con esta cita de un experto del MIT y sigue con una documentada respuesta a la pregunta que le da título «¿Puede un robot sustituirte en el trabajo?» con todas las paradojas que la robotización supone para la sociedad y no solo para el empleo. Un campo particular es el de la fiscalidad y no extraña que ya haya quien plantea la necesidad de someter a impuesto a esos robots que reducen las aportaciones fiscales de los obreros a los que han desplazado.

Desde un punto de vista aparentemente distinto, The Economist dedicaba un número bajo el título Clean energy's dirty secret a los problemas que las energías renovables plantean al mercado en general de la energía. Que podríamos pasar del 7 por ciento que las renovables suponen para la electricidad mundial en la actualidad a un 50 por ciento en los próximos 20 años, parece posible. Pero que, como dice la revista, va a ser difícil gestionar la transición, parece cierto, sobre todo sabiendo que, también aquí, el Estado aparece como uno de los actores y sufridores de las transformaciones que suponen estos cambios. También en este texto aparece el MIT avisando de que las renovables «canibalizan» su propia competitividad y... el Estado que las ha apoyado tiene que revisar sus políticas. «Cuanto mayor éxito tienes en incrementar las renovables», se dice, «más cara y más ineficaz se convierte esa política».

En un caso y en el otro, se trata de profundos cambios en la estructura económica y social del mundo y de sus componentes, al margen de que empresas de Silicon Valley dominantes en el primer campo, como Google o Amazon, están intentando digitalizar el consumo doméstico de energía basándose prioritariamente en energías renovables. No son, pues, cuestiones prácticas separadas en el día a día.

Son muchas las incógnitas que plantea esta doble cara de un único problema. Es difícil predecir cuál va a ser su impacto real y, aquí como en sus viejos tiempos manchesterianos, aparecen actitudes apocalípticas (el fin del trabajo, que no es una opción muy agradable aunque parezca lo contrario) o integradas (todo lo nuevo es bueno por el mero hecho de ser nuevo, que es la versión remozada de la vieja ideología decimonónica del «progreso»). Están los que, como los viejos ludditas que rompían las máquinas de hilar que sabían que expulsaban mano de obra, desearían romper estas novelerías y están los que, por el mero hecho de ser nuevas ya merecen un tratamiento laudatorio.

Pero la cuestión de fondo no es tanto la percepción que los ciudadanos puedan tener de tal problema, para lo cual ya se han producido reportajes televisivos curiosos. La cuestión estriba en saber quién gana qué, cuándo y cómo. Hay, en ambos casos (y ambos textos lo dan a entender), una dificultad en compaginar el largo plazo (positivo o negativo, no se discute: es rentable) con el corto plazo, en el que los efectos en la rentabilidad pueden ser mucho más discutibles.

Un paréntesis para hacerme eco de la trump-manía: impedir a empresas estadounidenses que vayan a México buscando mano de obra barata y hacerlo en aras de crear empleos en los Estados Unidos es algo problemático. Esas empresas, buscando como buscan el beneficio (que para eso están), robotizarán la producción en sus fábricas estadounidenses con lo que la creación de empleo será, en el mejor de los casos, dudosa.

La pregunta, entonces, no es tanto el impacto, sino el interés del inversor o de su sustituto el Estado, que interviene cuando el mercado todavía no es favorable al inversor, en la esperanza de que llegue a serlo (Insisto: el mercado es un instrumento que se utiliza según convenga, es decir, librecambismo cuando salgo ganando y proteccionismo cuando salgo perdiendo).

Si esto es así, dudo que los inversores se planteen (en aras de su supuesta responsabilidad social que, en realidad, es responsabilidad ante la próxima asamblea de accionistas) los posibles efectos de sus decisiones, preguntándose si será bueno o malo para la sociedad. La gran reestructuración creo que es ciega.

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