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Castaño oscuro, casi negro

Sí, esto ya pasa de castaño oscuro. Estamos en el País Valencià que fue uno de los últimos bastiones de la resistencia ante la apisonadora franquista. Brava gente que tardó en rendirse agazapada bajo las bombas. Aún resuena en esta tierra, en esta España de caínes, la ferocidad y la ira. Aún hay metralla en las tapias de los cementerios por donde trepa una madreselva de sangre y miedo. ¡Es todo tan reciente! Vuelven a enterrar en fosas anónimas a miles de inocentes. Vuelven a matar a Lorca, el doncel agitanado, clavel varonil. Silban nuevamente lirios de tisis en los pulmones de Miguel Hernández, en la cárcel de Alicante. Vuelven las trece rosas al paredón, cientos, miles de rosas tragándose la angustia, cientos, miles de hombres de pana y pena arrodillados esperando el tiro de gracia. Vuelven los paseos nocturnos en noches de gas-oil y luna malherida. Continuamos corriendo con niños bajo el brazo a los refugios donde anida el horror a manos llenas. Zumban las bombas. Cloquean los fusiles. El aire huele a uniforme y a grito de militar enloquecido. ¡Está tan reciente! Vuelve el perro del hambre y el racionamiento, la desolación, el estraperlo de las almas, los cielos turbios, la muerte por los cerros. Vuelven las fotos amarillas, las canciones para después de una guerra, la fiera ceguera de la sinrazón. El café, mucho café, el asesinato de la inocencia y la poesía, el matarile y el «¡Ay Carmela!». La historia, sobre todo la historia escrita con sangre y aullidos debiera estar en los libros. En las bibliotecas, en los documentales y en las fotografías de la vergüenza. La historia chunga, tan reciente, tan próxima, se revisa en los documentos porque aún quedan personas que la padecieron. Sí, ya estoy cansado de repetirlo. La historia chunga hay que revisarla todos los días para no caer en la imbecilidad de repetirla. Pero hay algunos, quizá muchos, quizá legión que da miedo y que no se quitan la pestuza de encima, el olor del alcanfor, del año de la victoria, del una, grande y libre, del yugo y las flechas y del aguilucho. Y se empeñan en que sigan vivos y coleando los símbolos de la infamia. Melancólicos de la miseria, tragones de la vesania.

En Alicante, aprovechando algo así como un error burocrático de la ley de memoria histórica, los de siempre, los cerriles, los zascandiles de siempre han conseguido que volvamos a pasear por las calles de los años cuarenta. Vuelven a honrar a sus héroes, a dedicarles avenidas y barriadas. Los alcanforados energúmenos de siempre han conseguido volver atrás en el tiempo, volver a meternos el miedo en el cuerpo que es el único lenguaje que conocen. Ese miedo que nos paraliza, que nos hace sumisos, esclavos. Ese miedo cerval que empezó en el treinta y seis (y más atrás, mucho más atrás) y que, según todos los indicios, se empeñan en seguir manteniendo vivo, muy vivo. Sí, esto ya pasa de castaño oscuro, casi negro, muy, muy negro.

Addenda: No sé si repito ilustración. De ser así perdonen el refrito, pero al texto le viene de perlas la cara del perito en lunas. Este texto va dedicado a él, a Miguel Hernández y a todos a los que les sorprendió la noche de la bilis y no llegaron nunca ni siquiera a intuir que, con el tiempo, las flores del mal aún continuarían tan frescas, tan tersas, tan lozanas.

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