El día 13 de marzo de este año 2017, se ha vuelto a producir un nuevo fenómeno de lluvias torrenciales conocido como «gota fría». El agua ha vuelto a correr por los mismos sitios, anegando los mismos lugares, cortando las mismas carreteras, produciendo similares catástrofes y perdiéndose en gran parte en el mar.

La denominada «gota fría» no es algo actual, siempre se han producido en nuestra área lluvias torrenciales, particularmente en primavera y en otoño, como documentan y atestiguan tanto crónicas como antiguos documentos. La diferencia es que antiguamente este fenómeno era considerado una bendición y motivo de alegría para, particularmente en nuestro caso, los habitantes del «secano de la ciudad de Alicante», es decir, Sant Vicent del Raspeig y las partidas limítrofes.

Cuando un viajero llegaba y recorría el término municipal sanvicentero a finales del siglo XIX, lo primero que le llamaba la atención era la gran cantidad de acequias que surcaban el territorio y sus parajes. Por todos los lugares encontraba acequias, de diferentes tamaños, anchuras o características; todas ellas formaban una tupida red la cual estaba interconectada entre sí y con un conjunto de balsas, cisternas, boqueras y azudes y otros pequeños embalses en las ramblas o torrenteras. La citada red de acequias se completaba con un conjunto de superficies, incultas, preparadas para recoger el agua pluvial, denominadas «vessants», vesantes o vertientes.

Incluso el mismo casco urbano del pueblo estaba rodeado en su perímetro por otras acequias que corrían paralelas a los corrales traseros de las casas, con el objetivo de llenar las cisternas de las referidas viviendas.

El viajero podía preguntarse la fuente-manantial, cauce fluvial o embalse que podía suministrar agua a toda esa red o sistema de acequias y no lo encontraría porque no existía; el término era puro secano.

El sistema de acequias tenía la función de recoger toda el agua de lluvia que caía en las denominadas «gotas frías». Cualquier simple aguacero o lluvia torrencial era drenado o laminado por la extensa red, conduciendo el agua o bien directamente a los bancales, por medio de boqueras, o recogida en los azudes o en las numerosas cisternas o balsas diseminadas en el terreno. Una autentica «cultura del agua».

La lluvia era un motivo no para resguardarse sino al contrario para que toda la familia saliera al campo, azada en mano, para asegurar que el sistema funcionara la perfección y no se perdiera gota alguna. Las ramblas, las más importantes de ellas las del Rambujar y Carranxalet, a través de sus azudes y boqueras no dejaban que la avalancha de agua llegase a Alicante, al barranco de las ovejas. El naturalista Cavanilles recoge el hecho en su crónica de finales del siglo XIX.

Ya, a principios del siglo XX, el ilustrado literato francés Valery Larbaud, al recorrer el campo sanvicentero describe «el sistema de irrigación con las acequias de piedra y las grandes balsas (aljibes) da a esta zona un aspecto de alta civilización. Incluso parece mucho más cultivada que la mayoría de las regiones inglesas».

La pregunta es: «¿Cuál era la fuente de la irrigación con las acequias, ya que no existía ni río, embalse o manantial?». Y la respuesta es la «gota fría», las lluvias torrenciales de primavera u otoño, drenadas y recogidas por el sistema.

La primera gota fría documentada con daños en el casco urbano sanvicentero se produjo el 19 septiembre de 1.919. Al «exixir-se la rambla», es decir al desbordarse la rambla del Rambujar en la parte norte del término el agua fue conducida por la «carretera moderna» de Castalla, hacía el centro del casco urbano, produciendo inundaciones, con el resultado de que los vecinos tuvieron que acudir con picos a desmontar la reja de una casa en la calle Capitán Torregrosa, ya que la inundación de la vivienda había atrapado a sus moradores, sin poder salir.

El desconocer las enseñanzas del pasado nos lleva a lamentar, año tras año, los mismos hechos con similares efectos.