Una de las canciones del cantautor «ilicitano/oriolano» Pepe Marcos -de familia natural de la Parroquia de Desamparados, por lo que se crió a caballo de la pedanía oriolana y Elche, como a él le gusta contar a quien le quiera escuchar- dice que «les illes Columbretes son del poble de Castellò». Mi amigo Pepe -porque es mi amigo- viene a decir que la titularidad de los cuatro islotes de origen volcánico que conforman el archipiélago, l'illa Grossa, la Ferrara, la Foradada y el Carallot, reside en el pueblo. Ni en el Estado, ni en la Comunidad Valenciana, ni en el Sursum Corda; los dueños son los castellonenses, en particular, y los valencianos, en general. Pues, parafraseando al autor del himno oficioso de mi equipo, el «Mucho Elche», podríamos convenir -¡y convenimos, qué coño!- en que «la Diablesa» es del pueblo de Orihuela, y a volar la milocha, «sagal». ¡Tonterías pocas!. Ni de la Iglesia, ni del Ayuntamiento, el grupo escultórico -uno de los más representativos y singulares de nuestra Semana Santa, juntamente con los Salzillos y sin menospreciar al resto de los que procesionan en la Semana Grande, es patrimonio de los oriolanos. ¡Y al que no le guste, un porrón y al campo!. El Juzgado no nos va a hacer cambiar de criterio, lo diga el Papa Francisco o San Juan Nepomuceno, que, por cierto, es patrón de la Infantería de Marina española, aunque es checo (nació en Praga). ¡Y citándoles a ellos no quiero dar la sensación de ser irreverente, aunque a lo mejor lo soy; seguro!. ¡La Diablesa es nuestra y ya está bien de «tontás», porque si esto es una broma ya estamos cansaos de bromas, pero de bromas de mal gusto!. La película que se ha «montao» sobre la propiedad de «la Diablesa» -que si es del Ayuntamiento que si es de la Iglesia- se remonta -me cuentan- a la etapa en la que Pepita Ferrando, siendo concejala responsable del área de Cultura o Turismo, o algo así, cedió el grupo escultórico para exponerlo en el Palacio del Obispo, sin contar -nunca mejor dicho- ni con Dios ni con el diablo, lo que suscitó una cierta polémica, porque, como se sabe, la obra de Nicolás de Bussi no puede estar en «suelo consagrado» -el Palacio Episcopal lo está- y por eso no puede entrar en la Catedral durante la procesión del Santo Entierro, conocida popularmente como del Caballero Cubierto, y motivo por el que se acondicionó el Museo Arqueológico Comarcal de Orihuela, en San Juan de Dios, para custodiarla. ¡La que has liao, pollito!. «La Diablesa», al no poder pisar suelo consagrado, también tuvo «su casa», por ejemplo, en los bajos del Palacio del Marqués de Aneva o en el Palacio de Teodomiro, que hoy es un hotel, aunque hay quien afirma que «residió» en la Capilla del Loreto hasta la Guerra Civil. La Iglesia, creo, siempre ha pasado olímpicamente del asunto y nunca movió ficha para reivindicar la titularidad de la pieza, que, prácticamente, dormía el sueño de los justos arrinconada/desterrada y sólo se «aseaba» para salir a la calle el Sábado Santo, siempre con cargo a las arcas municipales.Si es cierto lo que cuentan, el Ayuntamiento oriolano, en la etapa de José Manuel Medina como alcalde, se las mantuvo tiesas y protagonizó más de un «rifi rafe» -dialéctico, eso sí; la sangre nunca llegó al río- con el entonces presidente de la Junta Mayor de Cofradías y Hermandades de la Semana Santa. En esa misma época, la Centuria Romana, cuando pasaba por el Museo San Juan de Dios, de retirada a su cuartel, en la Plaza de Ramón Sijé -antes del Marqués de Rafal-, empezó a «rendir armas» a «la Diablesa», para lo que hacía «una paraeta» -en Orihuela se diría algo así como «echar un vale a pie plantón»- en la puerta principal del edificio -en la conocida/popular calle Hospital- y, marcialmente formada, alineada y pertrechada con todos los atalajes y perifollos a base de plumas, lentejuelas y abalorios varios en trajes costosísimos -algunos de ellos centenarios-, entonar «el turuta» por parte de la banda de cornetas y tambores. ¡En más de una ocasión he vivido esta experiencia en primera persona y os animo a que la protagonicéis por lo menos una vez en la vida; se te pone la piel de gallina y los pelos como escarpias!.

La Diablesa es patrimonio de los oriolanos, «sosio», y quien defienda lo contrario se arriesga a que le saquen los colores -¡qué bochorno, guapi!- o a emprender una cruzada que tiene perdida de antemano. Así es que si de lo que se trata es de hacer el ridículo acudiendo al Juzgado para que los jueces se pronuncien adelante, pero «cuidadín» porque una cosa es judicializar la política y otra distinta hacer lo propio con las convicciones de un pueblo, jugando con algo tan arraigado en él como es el asunto que nos ocupa, a menos que lo que se pretenda es quedar en evidencia «mostrando las vergüenzas» de unos y de otros, porque no se puede ir contra natura ni remar contra corriente. ¡Bastante tenemos con lo nuestro como para estar pendientes de las peleas religioso-municipales por algo que está tan claro y que no conduce a nada!. ¡Es como discutir sobre el sexo de los ángeles!.