Mañana se cumplen cuatro años desde que el Papa Francisco fue elegido. Una legislatura, de las civiles, que en lo religioso es como un telediario. Porque para una institución milenaria, los tiempos son breves. Y la temporalidad con la que se mueven sus estructuras es más bien compleja y, a veces, difícil de entender.

Pero este Papado ha traído mucha frescura y mucho mensaje a una sociedad que se debate entre el aislacionismo, el populismo, la ignorancia y el egoísmo. A lo mejor siempre fue así. Es decir, que los «ismos» se encuentran y se desencuentran con pasmosa frecuencia en nuestra vida. No es verdad que esta existencia nuestra sea más complicada de lo que fue para los vivientes en la Edad Media, o en la Segunda Guerra Mundial. Lo que pasa es que a nosotros nos toca vivir este tiempo, que mira por donde, es en el que tenemos nuestra vida.

Porque al final, nuestra mirada pasada es sólo una excusa. Lo jodido, lo verdaderamente jodido, es afrontar lo que nos viene encima. Que es vivir con todas las miserias y grandezas que nos van a acontecer. Somos responsables de nuestros actos, no de lo que hicieron nuestros antepasados. Pero, por eso, tenemos la posibilidad de cambiar las cosas en nuestra vida y para los que nos acompañan. Que sí, que sí que se pueden cambiar los riachuelos de nuestra existencia. No hay fatalidad en nuestras decisiones cuando creemos firmemente en el camino a seguir.

El Papa Francisco ha supuesto un cambio de visión para los que comulgamos con nuestra propia fe. Rodeado de una estructura muy rígida ha comenzado un giro que nos tiene que hacer virar. Por ejemplo, en el asunto de los abusos a menores se es implacable. Esa bazofia, esa barbaridad, que supone violar a un niño ha de ser perseguida por nuestra Iglesia. Tolerancia cero. La ley encima de todos esos delincuentes. Ni un paso atrás.

Las referencias mundiales que está abrazando el estilo de nuestro Papa jesuita son importantes. Porque es mejor tener un líder que concite cercanía y sensación de humildad. Es imprescindible su referencia moral para los nuestros, y para los que no piensan como nosotros. Su palabra se ha convertido en palabra de paz y de amor, que traspasa el mensaje cristiano. Y esto, a pesar de que a algunos desde dentro no les gusta, es síntoma de misericordia. No hay otro camino. No juzguéis como letrados de la ley antigua. Porque el mensaje cristiano, duro y difícil, siempre es el de acogida, no el de rechazo.

Ha levantado la bandera de los excluidos, empezando por los inmigrantes. Ha gritado contra el que piensa en el dinero como herramienta de opresión. Ha finiquitado a todos aquellos de misa diaria y de pecado continuo. Porque no son las formas, que son importantes, son los ejemplos personales los que nos acercan a Dios, vía tu semejante. Ha renovado el gesto del abrazo como síntoma de amor. Y el amor se torna complejo cuando nos toca nuestra propia comodidad. Porque es más fácil solucionar los complejos problemas con prohibiciones. Y más difícil ponerse en el lado del otro. Porque el sufrimiento ajeno siempre comporta cuestionarme muchas de las cosas que hago. Y ahí, me quiebro. Y entonces, puedo cambiar.

Y en ese cambio, el Papa recibirá sinsabores. Porque la comodidad es un estadio más plácido que la inestabilidad de lo nuevo. Pero vivimos en lo nuevo, que muta con asombrosa rapidez. Podemos cerrar los ojos ante tanta debilidad humana. Podemos incluso aislarnos con leyes y muros que hagan nuestra existencia diaria más cómoda. Pero entonces, por favor, hay que borrarse de la fe que nos ilumina. Nuestra esencia como cristianos es seguir a uno, Jesús, que fue rompiendo aquello que las leyes proclamaban como inquebrantable. Y esa lucha no ha cejado en dos mil años. Hoy, un Papa argentino se levanta cada mañana con el mismo mensaje que le transmite el Jesús milenario. Y hoy, la revolución no es violenta. Es el pacifismo del amor que, injustamente entendido, nos hace quedarnos en casa y no ver al prójimo. Y resulta que el amor al prójimo es uno de los mandamientos imprescindibles. Como imprescindible es hoy el Papa Francisco. Siga adelante, Santidad.