En este país el que no corre vuela y con tal de no pegar un palo al agua nos inventamos cada cosa que ¡válgame la Virgen!. Hay quien, como dice el refranero español -que es muy rico-, «de su defecto hace virtud» y vive de «puturrú de fuá»; es decir, de «puta madre» y sin que nadie se atreva a pintarle la cara, porque ya se sabe que «quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra», aunque otro dicho asegura que «más vale una vez roja que cien amarilla». De todas formas sigo pensando que cada uno vive como quiere o como le dejan, por lo que no suelo ponerle puertas al campo, ni criticar el «modus vivendi» del personal, porque, como diría mi gran amigo Manolo Soto, ¡bastante tengo con lo mío como para preocuparme por lo de los demás!.

No hace mucho iba por la calle con mi vecino, y pariente, Javier Gómez cuando -¡stop!- nos paramos ante un cartel en el que se anunciaba un espectáculo en el Teatro Circo. Resulta que un actor de segunda fila -vamos que no es de los de relumbrón, aunque siempre ha vivido, y vive, como un «rajá» de «su curro», si es que lo suyo es un curro, que, por lo visto, va a ser que sí-, ejerce ese noble oficio que está tan de moda, el de «monologuista», sobre todo después de que la Paramount diera la oportunidad a «los grasiosos» de este país para que entrasen en nuestras casas, desde una determinada cadena de televisión y sin pedir permiso. Hay un refrán que dice que «lo poco gusta y lo mucho cansa», pero, como estamos acostumbrados a dar cobijo y crédito a quien vive del cuento, nos tragamos todo lo que nos echen, y sin rechistar, no vaya a ser peor el remedio que la enfermedad. Además, los primeros «cuentacuentos», que es lo que son los actuales «monologuistas», son nuestros políticos, que, a poco que se lo propongan, hacen que -con todo el respeto y sin acritud- nos descojonemos de la risa -casi hasta a partirnos la caja- y nos traguemos lo que no se tragan ni los cocodrilos, y eso que estos bichos tienen una boca más que respetable, casi tanto como la de los hipopótamos, y no digamos la de los T. Rex o la del «feo» de los Hermanos Calatrava.

El primero y más universal de los «cuentacuentos/monologusitas» oriolanos, fue, sin ninguna duda, Ramón Gabín «Ramonet», pero, como estábamos tan acostumbrados a verle por la calle, no le dábamos la importancia que tenía compartir vivencias y recibir clases prácticas de un auténtico maestro y, además, -como se dice en la huerta- «de gratis», mientras que -¡como somos así!- no escatimamos esfuerzos e incluso somos capaces de pagar lo que haga falta para ver a un «vividor» -»bon vivant», en francés-, cuyo mérito es haber salido en la «caja tonta» (Club de la Comedia), haber hecho un par de pelis -o tres-, participar en la serie Cuéntame cómo pasó y meterse un «guarrazo» con una moto que casi se lo lleva al otro barrio, «al del tío chato», que diría mi madre, Angelita.

El espectáculo en cuestión, en el que el artista principal es Quique San Francisco, se llamaba y se llama, porque está recorriendo el país con él, «De cañas con Enrique San Francisco». La verdad es que yo, cuando estaba matriculado -estudiar creo que estudiaba poco, aunque nunca repetí curso- en la Facultad de CCII de la Complutense madrileña, estuve más de una vez -¡y de dos!- de cañas con «cuentacuentos» de verdad, de los de categoría, de los de primera fila, de los que crearon escuela y sentaron cátedra, como fue el caso de Luis Sánchez Polack y José Luis Coll (Tip y Coll) en una cervecería (La Cruz Blanca) en la que se sentían como en su casa, por lo que no tenían inconveniente en «ensayar», ante un público muy dispar y entregado, sus «historietas», como por ejemplo esa en la que contaban como llenar una jarra de agua sin derramar ni una gota y con la que -paradójicamente- terminaban poniéndolo todo como un Cristo. ¡Cuántas veces les vi hacerlo!. Eso si era estar de cañas y lo demás son gilipolleces de medio pelo. ¡Ah, y no cobraban!.

No digo que tomar una caña con Enrique San Francisco no tenga su «no sé qué», aunque supongo que no será como para tirar cohetes, porque, en mi caso, prefiero tomar cañas con Alphone Salinas o su «suegrito» Luis Rubio, sin olvidarme de «mis festers» José García Haro, con «h», Eva López, Sonia Juan, Pedro Arenas y José Bo «Carrillera»; mi Pedro Armengol -Iván Tormo- y su «Armen», Gloria Valero; mi presidente «barriguero», Jaime Galiana, con su Trini, o mi «hermanico» y la «jefa», Alejandro Galiana y Chonica; el «secre» Julio y su «parienta» Raquel, aunque ella sólo bebe agua.

Y lo mejor que tiene una «reunión/convocatoria con esta gente» es que ninguno «me cobra» por tomar unas cañas con ellos; al contrario, pagan o, como mucho, «a escote nada es caro», como dice mi amigo Pedro Martínez Boró. Lo tengo claro, nunca iré de cañas con Quique San Francisco, en todo caso con Faemino y Cansado, ¡lo prometo por la «Manolea»!.