A las Eras de la Sal de Torrevieja acudí el otro día. Sus puertas estaban abiertas con motivo de la inauguración de la muestra Faros de Naturaleza, expuesta en el caballete de este histórico recinto por los alumnos de arquitectura de la Universidad de Alicante, bajo la dirección de la profesora de Proyectos Arquitectónicos María José Marcos.

Lo que son las cosas. Lo primero que me vino a la cabeza fue que gracias a una acertada determinación del Patrimonio del Estado, las Eras se libraron de reconvertirse en un recinto privado como pretendieron en un principio los promotores del hoy Real Club Náutico. Quisieron reconvertirla en su sede con puntos de amarre incluidos.

Luego me topé con buena parte con la plana mayor del Ayuntamiento y gentes de aquí, o afincadas en esta ciudad que acudieron al acto. Hablé con varios de ellos: todos coincidiendo, al margen de alabar el acierto informativo de la exposición, la incomprensible desidia municipal, a la hora de gestionar alguna manera de abrir al público y poner en valor estas antiguas instalaciones salineras, compendio de la historia local.

Visitas en plan turístico cualquier pueblo o ciudad de este u otro país, con un par de campanarios te muestran con orgullo y explican la historia de ambos.

Aquí han existido, y continua en la brecha un grupo de torrevejenses que llevan muchos años bregando contra viento y marea por conservar las Eras de la Sal. Gentes como Mariano Galán, Joaquín Cos, Rafael Torres, Fernando Vera Rebollo, y otros impidieron en su día que se llevaran a cabo auténticas barrabasadas en su recinto.

Desde hace bastantes años, y hasta la fecha contando con el visto bueno y el tibio apoyo de distintas corporaciones municipales existe un Plan Director para este recinto impulsado, principalmente por las personas mencionadas, pero avanza con desesperante lentitud por falta de medios económicos. Se está eternizando en el tiempo.

La existencia del citado plan pese a su estado de parálisis, ha tenido algo muy positivo: se ha evitado con él, contrariamente a lo ocurrido con la dársena portuaria, que cualquiera poniendo un puñado de euros o influencias sobre la mesa, montara un chiringuito baratero aprovechándose del emplazamiento privilegiado del recinto.

Las Eras de la Sal, que nosotros sepamos carece de cualquier protección decente -más allá del PGOU que lo incluye en su catálogo como «susceptible de declaración de Monumento Nacional (sic)», y si acaso la denominación pomposa de recinto histórico o Catedral de la Habanera, como si se tratara del Templo del Sagrado Corazón que como Catedral de la Punta, lo convierten en un bodrio. Y en estas estamos.

El Plan director se desarrollará algún día. En tanto que se abran las puertas de las Eras de la Sal, testigo de la historia de este joven pueblo, y cerradas y desmanteladas desde finales de la década de los años cincuenta, y remozadas poco a poco desde entonces.

Que se abran de una puta vez, tal y como están -ya sabemos cómo están los muros, pero igual están estos días en los que el recinto permanece abierto-. No quiero volver a oir lo escuchado más de una vez en boca de visitantes mientras permanecía apoyado en la balaustrada de Marina Internacional: deberían quitar y ese montón de piedras viejas y dar continuidad a este paseo hasta unirlo con el otro, acabar con este tapón. Opiniones de este tipo ponen de manifiesto que hay mucho que explicar. No más demoras. Ya está bien.

Y pensar que el concejal del equipo de gobierno Domingo Soler sigue sin cumplir su palabra. Prometió hace meses poner las eras en valor, y mantenerlas abiertas al público.