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La cursilería

Será que me estoy haciendo mayor y gruñón. Será. O no. Tengo la sensación de que el mundo está cambiando a la vez en dos sentidos que deberían ser antagónicos, pero que curiosamente son complementarios: por una parte las élites económicas cada vez son más depredadoras y no se cortan para justificar su voracidad y por la otra las élites intelectuales son maestras de la cursilería. Pegar duro en el fondo y disfrazar superficialmente este desprecio a las grandes masas trabajadoras con un barniz de conmiseración hacia los marginados o los que parece que lo son, que no otra cosa es el lenguaje políticamente correcto. Lo que penaliza es llamarle negro a un hombre de color y no pagarle un sueldo de miseria por un trabajo esclavista. Es más grave hacer un chiste sexista que seguir permitiendo que las mujeres cobren mucho menos que los hombres por el mismo trabajo o que tengan un techo de cristal en las empresas.

Me atraganta y me estraga tanta hipocresía, más cuando quienes se suman a este coro son los que intelectualmente tienen mayores estudios, y con la filosofía de lo que es correcto o no decir, cantar o escribir se me suben al Mac los peores instintos y me guardo muchas de mis valoraciones por no ser carne de ataques en el feis o en las cartas al director de este digno medio.

Me llega esta semana vía una amiga -lejana en la geografía pero no en mis afectos- una entrevista a una musicóloga que critica las letras de Sabina por considerarlas machistas ya que maltratan a las mujeres dando una imagen de ellas que no es la más apropiada. ¿Y?, diría yo en la versión rápida, pero como tengo que escribir 900 palabras no me puedo conformar con una (o tres si contamos los signos de interrogación). Se lo resumiré: para prevenir la violencia de género Sabina en vez de cantar a las putas -o señoras de mala compañía- debería hacer una loa a las profesionales, ya que de otra forma, y cito: «está construyendo un ideario femenino muy negativo (?) Los hombres siguen cantando a un modelo de mujer perfecta y, cuando lo proyectan en el mundo real, no coincidimos casi nunca, y eso es fuente de conflicto».

O sea que ahora hay que hacer un lenguaje políticamente correcto aunque hables de un tipo de mujer, o de marsupial, que no tenga que ser prototípico ni de las mujeres ni de los marsupiales. Con un problema añadido, y es que no creo que Sabina (o cualquiera que escriba) tenga en mente hacer un ejercicio didáctico, sino contar una historia y me temo mucho que el modelo de mujer profesional que señala la musicóloga, no digo que no sea digna de elogio -que me puedo romper la espalda haciendo reverencias- pero literariamente no da juego ni para dos líneas. Cualquiera que haya escrito un mísero cuento sabe que los personajes que no están en los bordes no permiten contar historias suculentas, porque la normalidad no es fotogénica.

¿No será que confunde la literatura con la realidad y ésta con sus deseos? Mucho se ha hablado desde los griegos de la función de las artes y algunos han dicho que debía servir para adoctrinar a los pueblos. Está claro que estos últimos han construido las obras más aburridas de la historia de la literatura porque únicamente desde la libertad absoluta, que permite el desborde de la imaginación, se puede emocionar y luego ya será el lector el que lo asimile y adapte a su forma de ver el mundo, a favor o en contra, o directamente lo condene al olvido. ¿Que la imaginación produce monstruos?, pues claro, pero agradezco mucho a Thomas Harris haber creado a Hannibal Lecter, con el cual he disfrutado y me he estremecido sin pensar jamás en hacer un estofado al vino tinto con la cadera baja de un o una congénere. Aunque bien guisadito?

Siguiendo la teoría de la musicóloga deberíamos rechazar tales bajezas y alabar el heroísmo de los que llegan a fin de mes con los sueldos de ahora y tienen para pagar hipotecas y colegios. Convertir en héroes a la gente corriente probablemente ayudaría a una visión del mundo angelical, lo que pasa es que el mundo no es así y, sinceramente, evitar lo que no nos gusta no nos ayuda a defendernos. Desde ya le digo que no cuente con que Sabina, que es un ogro desgarrador siempre a la búsqueda de los más bajos fondos e instintos, cambie a los protagonistas de su poemario.

Y como he titulado con la cursilería no me resisto a cerrar esta columna sin mencionar la afectación de un cierto tipo de izquierdas que ha tenido Vistalegre como su feudo. He seguido a ratos el congreso de Podemos y no se puede ser más cursi en algunos discursos, tanto que han dejado a las señoritas decimonónicas a la altura del betún y a las que hasta ahora consideraba obra cumbre de la cursilería; las pijas de la calle Serrano de Madrid, como peligrosas arrabaleras. Un ejemplo: denominar a los miembros de una corriente que fomenta la revolución como «anticapis». Demoledor.

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