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MSN, solución y problema

La desconexión del tridente, que encumbró a Luis Enrique en su primera temporada, deja sin alternativas al Barça

Luis Enrique ligó su destino al tridente y levantó la "Orejona" en su primera temporada. Dos años después, la desconexión de la MSN durante 90 minutos en París puede haber puesto fecha de caducidad a su proyecto. Es el gran dilema de este Barça, el trío Messi-Suárez-Neymar como solución y como problema. Fundamentales en los siete títulos de la "era Luis Enrique", el entrenador gijonés no ha encontrado alternativas al apagón de sus delanteros. Antes, cuando Xavi todavía gobernaba el equipo, el Barça se defendía con el balón en los peores días de sus estrellas. Ahora, acostumbrado a partidos de ida y vuelta, sufre ante rivales de entidad. Y este PSG lo es. Luis Enrique pierde. El resultado, la imagen del equipo y la presencia en el banquillo rival de Unai Emery han convertido a Luis Enrique en el muñeco del "pimpampum". Al asturiano se le discute todo, empezando por la elección de André Gomes en una alineación cantada en los otros diez puestos. Sin explicación aparente, Luis Enrique ha puesto al portugués por delante de Rakitic. El gol fallado por Gomes en un mano a mano con Trapp fue la guinda a otro mal partido del centrocampista.

Pero los problemas del Barça en París fueron más allá de rendimientos individuales. Hay ejemplos recientes de fallos en el funcionamiento colectivo, como la visita al Betis o la vuelta copera con el Atlético de Madrid. Las dificultades para superar la presión adelantada de estos equipos puso a Emery en la senda del éxito. Emery gana. Desde la época de Guardiola, Unai Emery ya había explorado antídotos contra el Barça. Más de una vez se quedó con la miel en los labios después de crearle dificultades, sobre todo con el Sevilla. El martes se dieron todas las condiciones para consumar su venganza. Tras unos inicios con dudas, Emery ha forjado un PSG a su imagen y semejanza: un bloque rocoso, plagado de jugadores con despliegue físico y buen pie. Y coronado por tres delanteros tan complementarios como letales. Ibrahimovic condicionaba el juego de ataque del PSG.

Con Di María, Cavani y Drexler es imprevisible, muy difícil de contrarrestar. Y, además, cumplen a rajatabla uno de los mandamientos de Emery: generosidad en el inicio de la presión para ahogar al contrario. Lección teórica y práctica. Aunque en un primer momento el Barça intentó salir con el balón jugado desde Ter Stegen, la insistencia y el acierto del PSG lograron desconectar y aislar al tridente. Só- lo después del 1-0 y en el último cuarto de hora, cuando Emery activó el plan B para contener y salir al contragolpe, el Barça pudo maniobrar cerca del área contraria. Sin la inspiración de Messi, esos momentos de aparente control resultaron intrascendentes, con una excepción: un slalom de Neymar que dejó a André Gomes a la puerta del gol. El PSG se encontró cómodo en el repliegue porque sus centrocampistas (Verratti, Rabiot y Matuidi) están física, táctica y mentalmente preparados para defender. Enfrente, sólo Busquets ponía cierta oposición, pero también fue víctima de la pizarra de Emery, que situó a su espalda a Di María para ponerlo cara a cara con los centrales. Sin fútbol y sin orgullo. A la vista de lo ocurrido en el primer tiempo, tras el que el 2-0 se antojaba corto, podría esperarse algún reajuste de Luis Enrique en el descanso. Todo siguió igual. O peor porque el PSG estaba en su salsa: repliegue intensivo y contras letales.

Así llegaron el tercero y el cuarto, a través de jugadores con calidad, que disfrutan a campo abierto. Mientras, el Barça siguió a expensas del atrevimiento de Neymar y la inspiración de Messi. Rafinha mejoró a André Gomes y Rakitic a un desaparecido Iniesta, pero no fue suficiente. La oportunidad más clara llegó en una acción a balón parado con intervención de los dos centrales y cabezazo al poste de Umtiti. Muy poco para un Barcelona que tampoco tiró de orgullo, algo que le sobraba al Luis Enrique futbolista. Con Europa como utopía y a expensas del Madrid en la Liga, el gijonés necesita un golpe de efecto para acabar dignamente lo que empezó tan bien.

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