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Joaquín Rábago

Difícil pronóstico

Después de los desaciertos con el Brexit y las elecciones estadounidenses, nadie se atreve a hacer pronósticos sobre lo que sucederá en las próximas presidenciales francesas.

Los populismos están en auge, y buena parte de culpa la tiene la llamada "izquierda" socialdemócrata, que, rendida al neoliberalismo y preocupada por cuestiones sobre todo identitarias, parece haberse olvidado de su tradicional electorado.

En Francia, la presidencia de François Hollande ha sido calamitosa, hasta el punto de que, sabedor de una segura y humillante derrota, el líder socialista arrojó la toalla y dejó que pelearan otros por la candidatura de su partido al Elíseo.

Muchos desde la izquierda acusan a Hollande de haber traicionado sus principios mientras que otros consideran que ha sido por el contrario fiel a lo que viene siendo el PS desde la presidencia de François Mitterrand.

Ya entonces abogaba el partido por liberalizar la economía e introducir cada vez más libre competencia como remedio a los males endémicos de la burocratización y el corporativismo que tanto la derecha como la socialdemocracia atribuyen al Estado francés.

Es lo que siempre ha defendido, por ejemplo, el ex primer ministro Manuel Valls, autor de una dura reforma laboral contraria a los intereses de los trabajadores y derrotado en las primarias socialistas por alguien a su izquierda: el también ex ministro Benoît Hamon.

La propuesta de este último de una renta universal de 750 euros le ha supuesto, sin embargo, fuertes críticas no sólo de la derecha sino de de los malos perdedores de su propio partido, que no parecen dispuestos a seguirle por ese camino.

El nuevo "favorito" de los medios franceses y de la Europa de las cancillerías es otro supuesto socialista del ala más liberal, el ex ministro de Economía y Finanzas Emmanuel Macron, que se presenta al frente de su propio movimiento, bautizado "En Marche".

El juvenil Macron, que fue banquero antes de dedicarse a la política, está bien visto por el mundo empresarial por su europeísmo sin complejos y su nada disimulado liberalismo económico.

Autor de un libro titulado "Revolución", Macron se presenta como "antisistema" cuando por su biografía y trayectoria profesional es un claro producto del sistema que critica.

Es el suyo un populismo capaz de atraer sobre todo a los profesionales liberales, que no creen en las barreras comerciales y defienden una Europa abierta, pero su desafío es conectar con la clase trabajadora.

Más difícil de lo esperado en un principio se le presenta la carrera al Elíseo al triunfador de las primarias de la derecha: François Fillon, católico, antisindicalista y admirador de Margaret Thatcher, en quien los conservadores habían puesto todas sus esperanzas para derrotar en la segunda vuelta a la populista Marine Le Pen.

Involucrado en un doble escándalo de nepotismo y corrupción por los empleos ficticios y bien remunerados de su esposa y su trabajo de lobista de una conocida aseguradora, a la que beneficiaría la parcial privatización de la Seguridad Social que propugna, su probidad está por los suelos.

Todo ello no hace sino llevar agua al molino de la eurodiputada y dirigente del ultraderechista Frente Nacional, a quien no parecen afectar sus propios escándalos como el de haber pagado con sueldos de la Eurocámara a sus asistentes cuando trabajaban en realidad para su partido.

Le Pen no ha dejado de subir en las encuestas y todo apunta a que llegará a la segunda vuelta, aupada por unas clases trabajadoras y medias que se sienten abandonadas por los socialistas y están dispuestas a escuchar sus cantos de sirena nacionalistas y xenófobos a lo Donald Trump.

Queda por ver qué parte de ese sector del electorado va a poder disputarle en la primera vuelta el fundador del Frente de Izquierda, Jean-Luc Mélenchon, quien no se cansa de denunciar la profunda injusticia y "absurdidad" del sistema.

Ex ministro del gabinete socialista de Lionel Jospin, Mélenchon tiene en contra a todo el establishment, que recela de su nacionalismo económico, su antigermanismo y sus fogosos llamamientos a una "revolución ciudadana" para cambiar las reglas de distribución de la riqueza.

Mélenchon propone entre otras cosas la abrogación de la reforma laboral socialista, un fuerte incremento del salario mínimo, la "refundación democrática" de los tratados de la UE, la salida de la OTAN, el fin de la relación de vasallaje con EEUU y la búsqueda de una relación más equilibrada con Rusia.

Algunas de estas últimas cosas las ha hecho también suyas Marine Le Pen y queda por ver si en estos tiempos de mentiras y demagogia sabrán distinguir los electores.

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