as espaldas en alto mientras redacto estas líneas, Vistalegre II ha cumplido con las expectativas negativas que se auguraban, imprevisibles cuando se convocó el magno congreso. El frío ambiente y los magros resultados de la consulta -una tercera parte de los inscritos- apenas han podido ocultar las profundas diferencias personales y de otro tipo que separan a los dos líderes en disputa.

El partido que se fundó hace tres años cruzando los cielos como una centella, se encuentra ahora sumido en la perplejidad de una guerra pura y dura por el poder interno. Y aunque tal disputa entre Íñigo y Pablo, entre Pablo e Íñigo, encierra tal vez distintas orientaciones estratégicas, lo cierto es que su concreción en programas operativos ha brillado por su ausencia. Dicho más en directo: mientras Podemos discute sobre si son galgos o podencos, es incapaz de ofrecer un relato mínimamente creíble sobre qué quiere y adónde va.

No es extraño que esto suceda. Los pilares sobre los que se basó la fulgurante aparición de Podemos han ido cayendo uno tras otro. Podemos se articuló sobre un discurso en el que figuraba el abandono de la Unión Europea y la vuelta a la peseta, la reivindicación de un nuevo nacionalismo patriótico, la crítica radical a la globalización y a los tratados de libre comercio, el retorno a las posiciones proteccionistas, el rechazo a la OTAN, las buenas relaciones con Rusia, el desmantelamiento de las elites y el establishment. En resumen: todos contra la casta.

Todas estas banderas les han sido arrebatadas por los populismos de derecha al alza, cuyo más destacado portavoz está ahora al frente de los mandos en EE UU. Y lo que es más curioso aún: en temas claves, como son los relativos a migrantes, desplazados y asilados -que debería ser un frente fundamental en cualquier planteamiento humanitario-, o los del feminismo, Podemos se ha puesto convenientemente de perfil.

Del grupo de profesores que vivió la experiencia iniciática en Venezuela, cuando el asalto al poder de Hugo Chávez, cuyas tácticas trataron de trasladar a una España sumida en la corrupción y la crisis económica y social, apenas queda nadie, apenas quedan símbolos. Podemos ha sido incapaz de hacer autocrítica de algunas de las más anacrónicas -y terribles- experiencias históricas que han asolado a la humanidad, la cuales sigue enarbolando como emblemas, acogiéndose a las enrevesadas (y a la vez pomposamente simplonas) teorías de E. Laclau.

En este sentido, algo de razón tiene Íñigo Errejón cuando invita a salir del rincón del cuadrilátero y enfrentarse a la realidad social y política de este país, que es España. Porque lo que, en mi opinión, ha lastrado desde el principio el proyecto Podemos, hasta desembocar en Vistalegre II, es que sus líderes, hoy enfrentados, no conocían España, a pesar de ser profesores de ciencia política.

Cualquiera sea el resultado de la consulta sobre el programa a seguir, al día siguiente del cónclave las cosas seguirán igual, no importa que se tapen con bellas palabras y coberturas sentimentales. El falso dilema entre trabajar en la calle o en las instituciones, o en los dos ámbitos simultáneamente, no va dar para mucho más. Son las acciones concretas las que van a revelar el rumbo de un Podemos desorientado, que todavía tienen que pasar por el calvario de las purgas.

Los más de cinco millones de votos que Podemos ha obtenido, personas de toda condición, a las que se debe respeto, se pueden preguntar legítimamente cuál va a ser su papel, su horizonte. Si seguir contemplando pasivamente cómo la izquierda se fragmenta y se divide más y más hasta la extenuación -haciendo buena la estrategia aplastante de la derecha- o si se orienta sobre bases firmes y realistas para confluir en un espacio donde pueda alumbrar una verdadera alternativa.

En este sentido, los resultados de Podemos nos darán las pistas.

P.D. Los resultados dan una mayoría aplastante a Pablo Iglesias. Mantengo las reflexiones del artículo. Rajoy estará feliz.