El conocido mito de Pandora, narrado por Hesíodo en Los Trabajos y los Días, se refiere a la mujer a quienes los dioses concedieron todos los dones. Zeus quiso que se convirtiera en un castigo para la humanidad a la que Prometeo había dado el fuego. Un día, llevada por la curiosidad, Pandora abrió la caja que contenía todos los males. En el fondo solo quedó la esperanza.

Esta semana, en plena algarabía política precongresual, ha irrumpido la ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Dolors Montserrat, para reclamar la atención ciudadana. Y vaya si lo ha conseguido. Aunque para ello haya tenido que adentrarse en las procelosas aguas del copago farmacéutico que ha venido a remover por bisoñez, insensatez o exceso de celo. Tanto da. La cuestión es que ha exacerbado los ánimos de los pensionistas y provisto de munición política a la oposición, unánimemente contraria al planteamiento esbozado. El embrollo ha ido en aumento con las confusas declaraciones y aclaraciones de la ministra, vertidas en tertulias televisivas, entrevistas radiofónicas y redes sociales.

En una comparecencia que tuvo lugar en el Congreso en el mes de diciembre, anunció la posibilidad de introducir «mejoras» que afectarían a los jubilados con rentas de entre dieciocho mil y cien mil euros anuales.

El pasado lunes, la ministra manifestó su intención de «ajustar» el copago farmacéutico, es decir, incrementar su importe a los pensionistas que más ingresos perciben, esto es, a quienes se hallen en la aludida franja (entre dieciocho mil y cien mil euros anuales). Montserrat considera injusto que paguen lo mismo quienes tienen diferentes ingresos, así que anunció el establecimiento de tramos intermedios en esa franja; «quien más tiene, debería pagar más», sentenció la ministra sin más explicaciones. El revuelo fue de tal magnitud que por la noche se vio obligada a desmentirlo a través de un comunicado. Y lo hizo de la mejor manera posible, a través de Twitter, para informar de forma directa a los pensionistas quienes, como todo el mundo sabe, utilizan mayoritaria y habitualmente ese canal de comunicación. Allí plasmó su tranquilizadora rectificación: «no es cierto que se vaya a subir el copago farmacéutico a los pensionistas con ingresos de más de dieciocho mil euros».

A mayor abundamiento, en la tertulia matutina del día siguiente, las esperadas aclaraciones solo añadieron más confusión: «a lo mejor se sube, o se baja, o se queda igual» y anunció que no habrá modificaciones, pero que los expertos estudiarán el tema. No puede negarse que estamos ante la mejor tradición del absurdo: ni sí, ni no, sino todo lo contrario.

Materializado el dislate con ademanes desmesurados, la ministra llamaba a la calma, al tiempo que reclamaba a los periodistas y tertulianos que no alarmasen a los pensionistas. Naturalmente, ese honor le correspondió a ella en exclusiva.

Los términos empleados en el asunto, tales como «progresividad» o «justicia distributiva», propios del sistema impositivo, dejar entrever el afán recaudatorio que subyace en la anunciada medida. Y ese no era el espíritu que animaba el Real Decreto-Ley 16/2012, de 20 de abril, de medidas urgentes para garantizar la sostenibilidad del sistema nacional de salud y mejorar la calidad y seguridad de sus prestaciones.

En el capítulo IV del Real Decreto-Ley se incorporaban determinadas medidas relacionadas con la prestación farmacéutica, guiadas por los principios de austeridad y de racionalización en el gasto público en la oferta de medicamentos y productos sanitarios.

La finalidad no era recaudatoria sino reguladora de la demanda y limitadora del consumo innecesario, lo que efectivamente se consiguió porque el gasto farmacéutico descendió considerablemente. El pago de una cantidad, siquiera simbólica, permitió tomar conciencia del gasto que comportaban las medicinas y, por tanto, limitar su consumo.

Ahora, el anunciado «copago progresivo» no se plantea desde la óptica de la contención del gasto, sino como medida recaudatoria, desvirtuando la razón de su implantación y abriendo un debate que cuestiona la existencia misma del copago farmacéutico.

Una vez superadas las reticencias iniciales a su implantación en el año 2012, el copago se había asumido con normalidad, pues existe aunque con variantes en todos los países de nuestro entorno.

Resulta sorprendente, por tanto, no solo que se haya planteado esta cuestión, sino el modo de hacerlo. La improvisación demostrada en este espinoso asunto que afecta a un colectivo tan sensible es, cuando menos, una torpeza.

Es cierto que el sistema nacional de salud ha sido uno de los logros del estado del bienestar, pero conviene recordar que se sustenta en el esquema progresivo de los impuestos. Esto último parece haberse olvidado, generándose una monumental confusión.

La señora ministra ha abierto la caja de Pandora y será difícil encerrar los males nuevamente. Solo resta esperar que tales males no devengan en una pandemia que desborde el sistema.

En el fondo, solo nos queda el leve consuelo de la esperanza que, como bien supo Pandora, es lo último que se pierde.