Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Carmen y... la duquesa de Alba

Pasaron las Navidades. Como diría mi amigo Emilio Munera, ya no estamos obligados a desear felicidad y éxitos a diestra y siniestra. Aún dura un par de meses -para los más palizas- lo de desear feliz año pero, poco a poco y gracias a todos los dioses, las aguas van volviendo a su cauce. Me gusta ser un cuasi jubilado ligero de equipaje como Machado, a pesar de que las pensiones han subido un 0.25 por ciento y la vida un mucho más. Solo hay que fijarse en la gasolina, quince céntimos en un par de meses: cinco duros de los antiguos.

Me resigno a la bancarrota de la hucha de las pensiones y a la subida miserable. Sé de sobra que tenemos derecha en el gobierno para doce años más: la Gran Coalición. Hay que ponerse el traje de estoico y verlas venir, que siempre quedará como último recurso quemarse a lo bonzo como el tunecino que desató las primaveras árabes. Lo que parecían y cómo han acabado: peor que el rosario de la aurora. Ya me jode ser profeta. Lean en este mismo INFORMACIÓN mi artículo de 2 de noviembre de 2011 sobre esas primaveras, que no hay nada más cruel que una buena hemeroteca para tirarte la verdad a la cara.

Mientras eso sucede y, como aún no me han cortado la luz, disfruto con el último disco de Melendi, regalo de una pasión que nada tiene que envidiar a la de Goethe por Ulrike Von Levetzow -lean si tienen tiempo y, si no, búsquenlo debajo de las piedras- El hombre de 50 años.

Suena Melendi con un son cubano delicioso y se detiene el universo: «No hay nada más perro que el amor porque muerde siempre antes de ladrar. Me latió tan fuerte el corazón?,me dijiste ven, desde la barra?Tú me dejaste clarito que la cosa no iba así y fue entonces cuando le pedí a la Virgen de la Caridad del Cobre que intercediera por mí? Me empezaste a acalorar, me volviste loco de remate, tus labios me invitaron a pecar. Me dijiste: no todas somos iguales. Y mis manos ilegales comenzaron a temblar». Este Melendi ha mejorado mucho desde que dejó de lado aquellas cartas de Holanda, que olían demasiado a planta y tan mal entraban en el país.

El disfrute es total. No solo es la música. Tengo en mis manos el último libro de Carmen Posadas. Esta mujer se ha convertido en la gran autora española de novela histórica. Nos encantó con la Cinta Roja -pura Revolución Francesa en vena-. Nos sorprendió con El testigo invisible -revolución rusa y caída de los zares-. Y ahora nos sorprende aún más con La hija de Cayetana, preciosa novela que retrata a la perfección los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX.

A cuenta de la historia de una niña mulata -Marina-, traída como esclava desde Cuba y adoptada por Cayetana de Alba «porque estaba de moda», Carmen recrea perfectamente una sociedad española decadente y miedosa, que tiene la Revolución Francesa al lado, teme contaminarse de la ideas republicanas del vecino y se atreve incluso a declarar la guerra a los vecinos revolucionarios recibiendo la consabida y humillante paliza.

En su pluma toman vida un rey bobalicón y calzonazos -Carlos IV-; una reina desmadrada y licenciosa -María Luisa de Parma, a la que apodan La Parmesana-; Godoy, un joven guaperas y ambicioso que comienza enriquecerse desde el mismo instante en que toca poder; un Francisco de Goya que ya destaca como pintor y muchos otros personajes tan históricos como curiosos. No hay nada nuevo bajo el sol, da igual ser noble que plebeyo, las ambiciones, las ilusiones, los miedos y las peleas de los humanos giran siempre en torno a lo mismo: el dinero, el placer, los cuernos, las infidelidades, la lucha por el poder y el ansia de ser mucho más que el que tenemos cerca o al lado. Hay una recua de personajes y personajillos que son de novela y podían ser perfectamente de sainete.

En esa feria de vanidades las críticas son despiadadas y los navajazos directos al cuello: «Él parece sapo de otro pozo y ella una princesa que ha besado demasiadas ranas» dicho todo ello sin borrar la sonrisa hipócrita de los labios y en medio de un baile de altísimo copete.

La envidia se manifiesta, antes como ahora, como el auténtico gran pecado nacional. La Parmesana -la reina- y la duquesa -la Alba- se odian pero no hasta el punto de no compartir amantes que el Príncipe de la Paz - Godoy y no Fernando VII como dijo Aznar en su día-, no da puntada sin hilo.

Carmen Posadas viene a las cenas literarias del Maestral. Buen fin de semana, ilustrado y revolucionario, me espera.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats