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Daniel Capó

Años ciclotímicos

Nada es exactamente lo que parece ser. En la primera mitad de 2016 la banca europea se encontraba en una situación límite, las bolsas se hundían, el petróleo marcaba mínimos y los fríos vientos procedentes de China auguraban una recaída del comercio mundial. La situación política presagiaba un año explosivo, aunque en aquellos momentos muy pocos creyeran de verdad en las posibilidades de una derrota de la UE en el referéndum británico o en la victoria de Trump. Los miedos reales eran otros, así como las incertidumbres. Sin embargo, a principios de 2017 tras un trimestre fulgurante, todo ha vuelto de nuevo a cambiar. A pesar del rescate a la banca Monte dei Paschi, el sector financiero ha rebotado con fuerza hacia arriba; el incremento del precio del petróleo oxigena la inflación y las bolsas mundiales marcan máximos (en Estados Unidos) o se recuperan en vertical (caso europeo); China prosigue su senda y nadie parece haberse inmutado en exceso por la derrota de Hillary. Sin ir más lejos, en España son muchos los datos que avalan la recuperación económica. Aunque el gobierno haya dado por concluido el plan PIVE, a día de hoy se vende casi el doble de coches que en 2012. El turismo bate récords año tras año, el precio de la vivienda se encarece -al igual que los alquileres-, mientras que el crédito al consumo se acelera. Es cierto que ni el empleo ni la tasa de paro ni los salarios ni la riqueza media se encuentran en los niveles anteriores a la crisis. Pero el tono social ya es otro y el optimismo empieza a asomar la cabeza, como se puede comprobar a diario en los comercios.

La subida de impuestos no ha provocado grandes amagos de protesta y el malestar en Cataluña se modula a medida que el PIB sorprende al alza. La economía fluye por la ciclotimia de nuestras emociones, cebando la mecha de futuras burbujas y de recurrentes depresiones. Tras ocho años de vacas flacas, Rajoy intuye que nos hemos vuelto a montar a la ola del dinero rápido. El olvido es una constante en las sociedades líquidas. Hace dos o tres años se habría dicho que España estaba a punto de descomponerse. En 2016 el riesgo se llamó Europa, tras el KO del "Brexit" y el gruyer bancario. Sin embargo, no se ha cumplido ninguno de estos negros pronósticos sino más bien al contrario. A nivel político el bipartidismo está demostrando una resistencia inesperada, dejando atrás animadversiones partidistas para dar espacio a una negociación de baja intensidad pero hasta el momento efectiva. Sin Sánchez, el debate parlamentario lejos de colapsar se ha enriquecido.

Diríamos que la normalidad política ha entrado de nuevo en escena por la puerta de atrás. La prudencia nos invita a pensar en una sociedad ondulante. Sin duda, la recuperación económica tiene mucho de ficción y avanza impulsada por las velas del deseo. Pero no debemos olvidar que, al igual que la democracia, la economía es también una realidad sustentada mayormente en la inconstancia de las emociones. Fluidas, líquidas, gaseosas, en ocasiones también marcando tendencia, éstas modelan el sentido de nuestras reacciones, sobre todo a corto plazo. De ahí la necesidad de instituciones sólidas y de pactos estables, como un dique de contención frente a los excesos. En 2016 nada fue como pensábamos y quizás en 2017 tampoco nada responda a lo previsible. O tal vez sí. A menudo, la solución de las incógnitas depende más del azar y de los instintos básicos de la condición humana que de las respuestas de laboratorio pregonadas por tantos expertos.

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