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Mariola Sabuco

La maldad

El cardenal obispo de Valencia, Antonio Cañizares, opina que es «una maldad» educar a los niños en la igualdad de género. Yo, que educo a mi hija en el respeto por las personas, no me considero mala por hacerle ver que no hay cosas de chicos y de chicas; por inculcarle que siendo diferente a un niño, puede aspirar, y tiene derecho, a lo mismo que él; que tiene libertad para elegir su credo, ideología política y, por supuesto, a su pareja; en definitiva, que todos tenemos derecho a ser felices y que no hay que caer en discriminaciones porque ni ella es más que nadie ni los demás son más que ella. Maldad, para mí, es decirle a una niña que sueña con ser ingeniera robótica que eso son cosas de chicos y que las mujeres se deben dedicar a la familia porque son su sostén; o discriminar a un niño en el patio de un colegio porque en su inocencia ha revelado que ha pedido a los Reyes una cocinita y esto está mal visto porque son cosas de chicas. Maldad es agredir física y verbalmente a una pareja homosexual por el simple hecho de ir cogidos de la mano por la calle. Coincido con el prelado en su escepticismo de que la Ley de Igualdad del Consell pueda acabar por sí misma con la discriminación que se aplica a los colectivos homosexuales y transexuales. Ojalá una ley por su mera aprobación tuviera la virtud de acabar con la sinrazón. No hay más que ver lo que pasa con la Ley de Violencia de Género. Es algo que compete a la sociedad, pero las leyes son muy importantes porque garantizan derechos. Si desde los púlpitos se creyera de verdad en que todos somos iguales como se predica, quizá se haría un gran bien a la sociedad. A la del pasado y a la del presente, por desgracia, ya no es posible, pero a la del futuro, sí. Por eso me parece excelente que en los colegios también se eduque, como en casa, en la igualdad. Ignoro el porqué algunos obispos en este país solo ven sexo cuando se habla de igualdad de género e insisten en querer ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. La Iglesia, en mi opinión, no puede venir a dar lecciones teniendo los casos de abusos sexuales que la embarran, por los que ni se ha pedido disculpas ni se hace acto de contricción. Ahí sí hay maldad, y no comprendo por qué no la ve para condenarla el cardenal Cañizares. Claro que ya aseguró Cicerón: «Cuanto mejor es una persona, más difícilmente sospecha de la maldad de los demás».

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