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En pocas palabras

Quiero ser alcalde

Este año mi carta a los Reyes ha sido escueta. Puesto que me he portado bien, solamente le he pedido a sus Majestades alcanzar el sueño de ser alcalde. Nada más y nada menos. En cuanto se enteraron, mis amigos pusieron el grito en el cielo. Eres muy buena persona para eso; no lo soportarías, me advirtieron. Algo que considero un mérito y nunca un demérito.

Me chocó que, tras escuchar mi justificación acerca del porqué de semejante deseo, solamente de soslayo, como sin darle demasiada importancia, me preguntasen por qué partido me presentaría a tamaña aventura. Como si eso importase algo a estas alturas de la película. Ser o no ser buena persona es lo relevante. Lo de las siglas, no tanto.

A mí, la verdad sea dicha, me gustaría ser una especie de Ángel Gabilondo, que se deja querer ante los ruegos de unos y otros, mientras él parece ensimismado en sus cosas y sus libros. Conozco a tres concejales alicantinos de la presente legislatura desde hace no menos de veinte años. Una es María Dolores Padilla, otra Gloria Vara, y un tercero Daniel Simón. Con los tres recuerdo haberme saludado, abrazado y besado desde principios de siglo en numerosas ocasiones (Dani era muy besucón en su anterior vida de agitador cultural). Ahora resulta que militan en siglas distintas, y eso hace las cosas más complicadas. En sus vidas «civiles» todo era más fácil. Gloria y María Dolores ejercían como encantadoras anfitrionas de dos de las «extensiones» de mi casa, el centro Bancaixa de la Rambla y el Teatro Principal, y Dani era la cara visible de una Camon cuya programación nos igualaba a las capitales más vanguardistas. Antes de que llegara la debacle.

A mí me gustaría ser alcalde, por qué partido es lo de menos, para tener una agenda en condiciones, de la que ahora carezco. Para derrochar toneladas de bonhomía. Para contemporizar a lo grande. Sabiendo delegar en un buen equipo, que es la principal función de una primera autoridad. Sonriendo, sonriendo a todos cada mañana.

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