Fue un movimiento - algunos hablan sólo de confluencia - de poca duración, pero en el que militaron provisionalmente algunas de las grandes figuras del arte de comienzos del siglo XX.
Entre los "fauves" (en francés, fieras, así llamados por la valentía de su paleta cromática, que rompía con todo lo anterior) se cuentan artistas en el fondo tan diversos como Matisse, Vlaminck, Derain, Braque, Marquet, Dufy o Friesz.
Fue el suyo un intento de liberar la subjetividad sobre todo en el tratamiento del color, violento y arbitrario, con especial recurso a los primarios.
Los violentos contrastes de colores los alejan del naturalismo impresionista y los acercan en algunos casos a lo que sería luego el expresionismo centroeuropeo o nórdico.
A diferencia de este último, la violencia de los fauves es más superficial que profunda- se trata más de una liberación idiomática, que no lleva la carga de protesta social de los expresionistas como Beckmann o Dix.
Pero si los fauvres causaron escándalo en su día, cuando ese grupo de pintores, deudores muchos de ellos del lenguaje de Van Gogh, expuso su obra en el Salón de París de 1905, hoy nos sorprende todavía su frescura y audacia.
Tal vez es que estamos en cierto modo hartos de la abstracción, un camino en cierto modo agotado, pues parece llevar sólo a una vía muerta.
La exposición que dedica la fundación Mapfre a los Fauves reúne auténticas joyas de ese movimiento y muestra su progresiva evolución hacia el expresionismo, por un lado, y, gracias a la enorme influencia de Cézanne, hacia el cubismo, por otro.
Contrasta la enorme calidad de las pinturas reunidas en Madrid, procedentes tanto de museos como de colecciones privadas, con la decepción que provoca una exposición simultánea dedicada a Renoir.
Si se exceptúan tres o cuatro obras maestras, la mayoría de las pinturas que han viajado al madrileño museo Thyssen-Bornemisza, tanto los retratos de encargo como los paisajes, son de lo más mediocre salido de sus pinceles. ¡Una gran lástima!
