«En defensa del populismo» es el título del ensayo que un filósofo y activista, Carlos Fernández Liria, ha puesto en circulación con gran éxito en medios populistas, hasta el punto que el mismísimo Pablo Iglesias Turrión ha dictaminado que es un referente muy relevante sobre el que debe caminar el proyecto político que él encarna.

Vaya por delante el respeto que merece toda contribución filosófica -y ésta sin duda lo es- al debate político, en un momento en que la confusión ideológica y el derrumbe de las viejas categorías abre la puerta a las más diversas opiniones y ocurrencias. Pero lo que llama poderosamente la atención son las conclusiones que se derivan del citado ensayo, al margen del desenfado -no exento de cierta brillantez- con que construye su narrativa filosófica.

Fernández Liria descubre, por fin, que el populismo de izquierda, heredero, según él, de una izquierda histórica que leyó mal a Marx, tiene que enmendar su discurso si lo que pretende es alcanzar la hegemonía y ocupar el «centro del tablero» (que para él no es un punto medio entre derecha e izquierda, etiquetas inservibles hoy, sino el espacio en que converge una mayoría social, es decir, «el pueblo»).

Las dos enmiendas principales que la narrativa de Fernández Liria hace al discurso clásico de los seguidores radicales de Marx son las siguientes: 1) el marxismo político despreció el importante papel del Estado de Derecho kantiano, la división de poderes, el parlamentarismo y el reconocimiento de los derechos y libertades. No tuvo en cuenta que el Derecho, en su vertiente liberadora, es uno de los pocos instrumentos que permiten defender a los desfavorecidos. Por tanto, el populismo de verdad no debe abandonar este terreno a la conveniencia de los poderosos, de la «casta», sino luchar para ponerlo al servicio de la mayoría social, haciéndolo efectivo. 2) El marxismo radical, dice Fernández Liria, impregnado del extremo racionalismo reinante en su época, pasó de largo sobre la vertiente emotiva, pasional, instintiva y condicionada por el subconsciente, que es propia de la naturaleza humana. No tuvo en cuenta el mono que todos llevamos dentro, con sus exigencias. Recuperar esta parte oculta, pero real, es otra condición que debe ser tenida en cuenta en el discurso político. Porque para llegar a la gente, para construir «pueblo», hay que utilizar un lenguaje de significantes que llegue no solo al cerebro racional del individuo sino al corazón de la gente.

¡Bienvenidos sean a la patria del Derecho y de la antropología, aunque con gran retraso! Porque hace ya muchos años que la socialdemocracia tuvo que zafarse, no sin antes soportar todo tipo de improperios y persecuciones por parte de los epígonos del marxismo, como Stalin y otros tantos, en defensa de los ideales kantianos, de los postulados del Estado de Derecho y la democracia parlamentaria. Con una pequeña diferencia: para la social-democracia el estado de derecho y la democracia parlamentaria son valores inmanentes, valiosos por sí mismos, de orden civilizatorio, mientras que cabe la sospecha que para este populismo que se reclama de la tradición de izquierdas no sean más que elementos instrumentales. En cuanto a los aspectos antropológicos, cabe también sospechar que la exageración del componente emotivo del ser humano, tan tardíamente descubierto, lleve a situarlo en el eje del discurso de estos «constructores de pueblo», alimentando los aspectos más grotescos de los populismos de todos los tiempos, sean de derechas o de izquierdas.

Como también la religión, en cuanto proporciona impulsos liberadores en la mente humana, es tenida muy en cuenta como componente del discurso populista, según Fernández Liria, ahí van dos citas evangélicas por si resultan de interés: «por sus obras los conoceréis»; y otra, de raigambre paulina, pero bien traída al caso, que es el conducirse «como si», es decir, como si se asumiera el Estado de Derecho, como si se asumiera el parlamentarismo, como si?. ¿No será éste el secreto mejor guardado de ese enigma, encerrado en un misterio, que es el populismo de izquierdas, que además se autoproclama sexy?