Joaquín Sabina compuso, hace unos cuantos años, una «coplica» que tituló «Pongamos que hablo de Madrid» y que, lo que son las cosas, popularizó Antonio Flores. Pero no voy a hablar de esta canción, sólo me he acordado de su título para arrancar una tribuna que, a lo mejor, resulta demasiado reivindicativa, aunque tampoco me preocupa mucho, porque, para mí, este debate, está trasnochado; ¡mucho!. Eso sí, respeto a quien piense lo contrario, lo mismo que lo pido -respeto- para quienes, como yo, consideran/ consideramos que abrir debates que no conducen a nada no es bueno, porque, por lo menos en la Vega, se pincha en hueso. Bueno, pues «pongamos que hablo de... la lengua». A veces envidio -¡envidia sana, claro!- a quienes en sus comunidades autónomas sólo tienen una lengua, el español, el castellano. Con un acento más o menos característico y diferenciador -léase Castilla-La Mancha, Andalucía o Extremadura, por citar a algunas-, pero una sola lengua. Y a esa gente, a la que sólo habla castellano, no se la cuestiona, ni se la margina. Sin embargo, ¿por qué en una «región» en la que cohabitan dos «lenguas oficiales» siempre se anda a la gresca?.

En la Comunidad hay zonas, comarcas, en las que el valenciano es una lengua residual -¡anda, coño, como el partido de Rosa Diaz, UPyD, o Izquierda Unida, si es que Izquierda Unida sigue existiendo, que esa es otra, porque se la ha «chupao», en el buen sentido, Podemos!-. Hay comarcas, como el Medio, Alto Vinalopó, con ciudades como Elda o Villena, o Vega Baja, con pueblos como Almoradí, Dolores, Cox -con una de las mayores rentas per cápita de la provincia-, Rojales, Albatera, Callosa, Pilar de la Horadada, Torrevieja u Orihuela, en las que no se habla valenciano, aunque no por eso se sienten menos valencianas. ¡Bueno, en Orihuela tenemos Barbarroja!. Un presidente de la Generalitat, Joan Lerma, se encargó de marcar la «línea roja», por la lengua, y nadie se rasgó las vestiduras; es más, la cosa se diluyó como si nunca hubiera pasado, aunque, con el tiempo, se reconoció que aquello no estuvo bien. El socialista, que hoy es vicepresidente segundo del Senado, donde representa a los valencianos, incluso a los que no hablan esta lengua- dijo que la Comunidadiba «desde Vinaroz hasta Guardamar», con lo que, de un plumazo, se cargó/borró del mapa a la Vega Baja, porque «aquí somos unos apestados» y unos «zoquetes» que no hablamos la lengua del «Tirant lo Blanc». Hay quien se llena la boca cuando habla del «poeta valenciano» Miguel Hernández, quien nunca habló -a no ser que lo hiciese, como José María Aznar cuando «chapurreaba» catalán con Jordi Pujol, en la intimidad-, y mucho menos escribió, en esta lengua. La única relación que tuvo Miguel con una ciudad en la que -ahora, no antes- se habla valenciano fue cuando en Elche se le concedió el primer y único premio como poeta. Gabriel Miró, otro literato «valenciano», de Alicante, nunca escribió en esta lengua, y mucho menos su «Obispo leproso». No por ello, Miguel y Miró negaron su «valencianía», aunque en aquel momento, no se hablaba de «comunidad autónoma» o «país valenciano» sino de «Reino de Valencia» y no pasaba nada. Hablar valenciano, en otras épocas, se consideraba como «chabacano», porque se entendía que era una lengua de «paletos», que sólo se utilizaba en la huerta y en familia, ya que en la calle «estaba mal visto». Ahora parece todo lo contrario, aunque hay quien piensa que es más una cuestión de «postureo» y «esnobismo», con lo que lo único que se está consiguiendo -bajo mi más que discutible y criticable punto de vista- es enfrentar a dos comunidades, la valenciana y la castellana, por una gilipollez. Me viene a la memoria cuando un ex profesor mío, en la Complutense de Madrid, José Luis Castillo Puche, nacido en Yecla, abogó, en un congreso de escritores murcianos, por incorporar a la Vega Baja a la Región de Murcia, lo que hizo levantarse de sus tumbas a nuestros ancestros y de sus asientos a los políticos de turno, entre ellos a quienes representaba un partido tan reivindicativo como era, en aquellos momentos, el Partido Comunista. Recuerdo que el socialista Antonio García Miralles, para reivindicar la «valencianía» de la comarca más sureña de la provincia de Alicante y pese a sus peculiaridades lingüísticas, propuso celebrar sesiones de la permanente de las Cortes en Orihuela, ¡y se hizo!. Y nunca se cuestionó que en la Vega Baja no se hablase valenciano; todo lo contrario, ¡se trabajó para que sus habitantes no se sintiesen marginados!. La polémica de la lengua me recuerda el desembarco de los españoles en las costas americanas cuando «descubrieron» el Nuevo Continente e iban a «colonizar» y «convertir» a los indios/infieles a la «religión verdadera». Lo de «por cojones», está superado, porque para eso luchó mucha gente desde mucho antes, incluso, de que los papás de la Oltra o el Quino Puig festeasen, como para que ahora vengan a imponernos algo que ni nos va ni nos viene. Y lo digo yo, que, mejor o peor, hablo, entiendo y escribo el valenciano. Así es que, «allá donde se cruzan los caminos» como escribió Sabina, «pongamos que hablo de?la lengua».