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Tomás Mayoral

El horno, los bollos y la viralidad

El «youtuber» alicantino que se hace llamar MrGranBomba llegó el otro día a la verdad por un camino que la ficción transita con frecuencia para arribar al mismo destino: la impostura. MrGranBomba se ha hecho famoso en la Red (fama efímera y difícilmente autosostenible, ya se sabe, y que cada vez necesita más carnaza para seguir alimentando al Moloch) gastando bromas de distinto peso y dimensión a la gente más variopinta. La última consistía en preguntar a un, a priori, simpático viandante por la dirección de una calle y dirigirle en medio de la respuesta, llena de buena voluntad de ayudar, un apelativo ligeramente insultante ("cara anchoa") a modo de detonante del gag. Nadie, o tal vez cualquiera, podía esperar que alguno de los interpelados careciera ese día del sentido del humor que debe poner de su parte el embromado para que todo salga bien y acabara con cara de bulldog en vez de con cara de anchoa. Dicho de otro modo, que la posibilidad de que el bueno de Sergio, que es el nombre de paz que se esconde tras el «nom de guerre» MrGranBomba, se llevara un sopapo como el que se llevó era algo que estaba ahí, latiendo como laten todos los procesos subterráneos que son tan imprescindibles para explicar los movimientos y las conductas sociales. Antes de recibir el bofetón, injustificable a todas luces, Sergio intentó explicar que estaba haciendo un trabajo sociológico para la universidad con cámara oculta. Ahí es nada: algo así nos hubiera subido los puntos en el ranking de Pisa. Pero mira por dónde la improvisada justificación de que la broma pesada era en realidad una investigación sociológica, similar a aquella excusa que utilizaba Woody Allen cuando su personaje compraba revistas porno, convirtió la impostura científica en pura epistemología demostrativa. Si la tesis sometida experimentalmente al escrutinio del método científico era la escasa capacidad del personal para aguantar mecha, cada vez más menguante, el trabajo de campo ha demostrado que la tesis era cierta. Dicho en el lenguaje de la calle: el horno estaba (y está) para pocos bollos.

Tal vez eso justifique lo que Sergio no esperaba: la viralidad inversa. Una gran mayoría de los consumidores de su vídeo, y superan de largo el millón y medio, no se solidarizaron con él, como el «youtuber» esperaba, sino con el autor del sopapo. El heroísmo digital es así: caprichoso e imprevisible como la diosa Fortuna. Tan volátil como la verdad digital. Que se lo pregunten a Hillary Clinton.

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