Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El ocaso de los dioses

Y en eso se fue Fidel

Si cantante o cantautor -según aprecien ustedes dos con su característica picardía- Carlos Puebla fue la voz...

Si cantante o cantautor -según aprecien ustedes dos con su característica picardía- Carlos Puebla fue la voz y la música de la revolución y el régimen cubano hasta que murió en 1989, a los 71 años, tras una larga enfermedad. El libertador o dictador -según aprecien ustedes dos con el rigor que acostumbran- Fidel Castro, fue también la voz, la música, el creador, el máximo exponente, el jefe, el rostro, el símbolo y la fuerza de la revolución y el régimen cubano hasta que murió en 2016, a los 90 años, tras una larga, larguísima dedicación al ejercicio absoluto del poder. La voz de Carlos Puebla y la voz de Fidel Castro separadas en su muerte por 27 años de nada comparados con los más de 50 que el camarada Fidel gobernó, con mano de hierro y guante de acero, la que en su día fuera bautizada por Cristóbal Colón y los infames conquistadores españoles como Isla Juana. Muy pocos discuten hoy que Colón era genovés, pero nadie discute que Fidel Castro era hijo de madre descendiente de españoles y padre español; lo digo, mayormente, por aquello de los infames conquistadores españoles tan caro a la secular progresía patria cuando maldice y reniega del Descubrimiento de América al tiempo que habla de la benefactora multiculturalidad musulmana cuando los pacifistas Tariq y Muza vinieron de «Erasmus» a España en el año 711. Cinco siglos después de Colón llegó Puerto Rico, Filipinas, Cuba, los yanquis, el pesimismo y el psicoanálisis colectivo del «98» al que se sometieron entre lamentos morales una gran generación de escritores e intelectuales españoles, entre ellos, Ramiro de Maeztu, asesinado en 1936 por milicianos republicanos, sin juicio, en una de las frecuentes «sacas» que proliferaron en Madrid por aquellas fechas. Sus últimas palabras fueron: «Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por qué muero: ¡Para que vuestros hijos sean mejores que vosotros!». Dos meses antes los nacionales habían asesinado en Granada, sin juicio, al más grande poeta de la generación del «27», García Lorca.

Y en eso llegó Fidel, reza aguerrida, solemne y digna la letra de Carlos Puebla glosando la liberación, la regeneración del pueblo cubano a manos de su gran paladín Fidel Castro, hermano de Raúl, alter ego de esa freudiana isla. Y como en eso llegó Fidel (Castro), vestido de puro habano y verde olivo -el chándal ya es cosa de la Cuba deconstruida-, se fue Fulgencio (Batista), espadón al servicio de los gringos, teléfono chapado en oro ITT, exiliado en España y enterrado en el cementerio de San Isidro de Madrid. No es fácil, casi un oxímoron espacial, que dos dictadores compartan el poder al mismo tiempo en un mismo país. De ahí que Fidel se asentara en Isla Juana junto a Ernesto «Che» Guevara -antes del póster- con la inequívoca intención de acabar con la dictadura e instaurar una democracia donde todos los cubanos (y las cubanas, aunque en aquellos tiempos eso no se decía ni creo que nunca lo dijera el viril y seductor Fidel) recobraran la libertad, el trabajo, la dignidad, el pensamiento libre, el derecho a votar distintas ideologías, la certeza de jueces y tribunales independientes, la seguridad y confianza de que si alguien llamaba a tu puerta a las cinco de la madrugada era el lechero. Para la consecución de esos elevados fines solo hubo que fusilar a más de siete mil personas.

Y en eso llegó Fidel e invitó a la Unión Soviética de Nikita Jrushchov, quien, para corresponder a la hospitalidad, se presentó en Cuba con sus misiles atómicos a 150 kilómetros de distancia de los EE UU, una provocación que puso al mundo al borde de un ataque de nervios. Pero a Fidel solo le importaba darles a los cubanos y a las cubanas raciones cada vez más generosas de libertad, democracia, pan, tolerancia (por ejemplo con los homosexuales) y bienestar. Por el camino al éxito castrista se iban marchando dos millones y medio de indeseables cubanos en pateras (balseros) hacia el infierno USA, lo que ocasionó la muerte de miles de personas. Como eran pateras anticastristas la progresía universal no le dio importancia. Que no hubieran huido del paraíso.

Y en eso llegó Fidel y en Cuba se instalaron los mayores logros que pueda desear el ser humano: partido único, líder único, verdad única, prensa única e ideología única, todo ello envuelto en un clima de delación, torturas, encarcelamientos arbitrarios, detenciones sin garantías, persecución de opositores y periodistas, represión de la homosexualidad y miedo, mucho miedo. Y cuando se fue el comunismo soviético despedazado por su propia historia, en eso llegó Fidel y alquiló Cuba a un turismo venéreo repleto de «jineteras» dispuestas a entregar sus jóvenes cuerpos al turismo occidental por unos míseros dólares y unas pastillas de jabón. Eso sí, muchos de los miles y miles de turistas que visitan Cuba no quieren ver ni saber nada de eso; si cerramos los ojos a la lóbrega realidad ésta deja de existir. Lo que de verdad importa es entrar en El Floridita para sentarse con Hemingway (¿dónde no habrá estado ese hombre?) a ver si nos invita a unos daiquiris. Ya ven, en Cuba se sigue disfrutando de todo lo bueno por un precio insignificante: la libertad.

Y en eso se fue Fidel.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats