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Ponerse de acuerdo sobre la figura de Fidel Castro es tan utópico como alcanzar un consenso multipartidista en España sobre la cosa más nimia. Detractores y aduladores sin embargo coinciden en una idea, que con su muerte desaparece un icono del siglo XX y por tanto ya podemos dar por enterrada la anterior centuria de una vez y abrazar con alborozo el XXI, 16 años después del cambio de milenio. Pero aún queda mucho del XX entre nosotros con iconos tan vivos como hace cinco o seis décadas, cuya figura parece eterna, esos que siempre están ahí, la reina Isabel II o los mismísimos Bob Dylan o Pelé. Desde la caída del Muro de Berlín, en 1989, llevamos demasiado tiempo enterrando uno de los siglos más apasionantes de la Historia, reflejo para unos de lo peor del ser humano como de lo mejor para otros. Poco después del derrumbe del bloque del Este, apareció un intelectual de Chicago, de nombre Francis Fukuyama, que certificó el «Fin de la Historia» y lo dató en ese 9 de noviembre de 1989 en la Puerta de Brandenburgo. Pero, ay, Bin Laden volvió a mover la línea un 11 de septiembre de 2001 y entonces convinimos todos que el siglo XXI comenzó ese día. Quién sabe, a lo mejor dentro de unas semanas, cuando Donald Trump -que curiosamente se alza con la victoria el mismo día 27 años después del fin del comunismo- ocupe la Casa Blanca, hablaremos entonces del fin del siglo XX, de la Historia y del mundo como hasta hace poco lo conocíamos. Lo llamativo es que este 2016 está acabando con tantos mitos de la cultura y motores del cambio social del siglo pasado que la sensación de ahora sí, ahora se acaba definitivamente un tiempo pretérito, no nos la quitamos de encima. ¿Nos atreveríamos a aventurar hoy cuáles serán los iconos del siglo XXI, los que dejen huella en el XXII? Así, a bote pronto, los únicos que me vienen a la cabeza son los empresarios de la economía digital, cuya capacidad transformadora cuadruplica a cualquiera de los hombres y mujeres que en el siglo anterior marcaron un tiempo. Los demás, cualquier político de los últimos tres lustros, me temo que acabarán en una breve nota a pie de página.

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