Son, como siempre, bienvenidas las reflexiones de J. Habermas, el filósofo de la praxis que ha iluminado durante décadas el camino de la democracia en Europa. Reflexiones especialmente oportunas en esta hora incierta en que se desmoronan los lugares comunes a los que estábamos acostumbrados.

En una reciente entrevista concedida a una revista alemana, traducida por Enrique García para la revista Sin Permiso y publicada en el diario Público, J. Habermas alerta contra la aparición de una internacional autoritaria/populista, encarnada en Putin, Trump, Erdogan, Le Pen, y otros muchos, que está logrando definir, por no decir imponer, el discurso político.

La nueva internacional populista ha puesto en solfa la ilusión de que, con la caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética, la humanidad había llegado al final de la historia, en el sentido de que, no solo en occidente sino a escala global, el único horizonte posible iba a ser en adelante el desarrollo de la economía de mercado y la democracia liberal.

J. Habermas considera, bien al contrario, que el equilibrio entre crecimiento capitalista y democracia ha sido en todo caso una excepción en la Historia. El desorden mundial, profundamente inquietante, ha revelado, por otro lado, la impotencia de EE UU y de Europa ante la multiplicación de los conflictos internacionales, el avance de la desigualdad, la crisis humanitaria y la amenaza del terrorismo islamista.

Según Habermas, no hay una tendencia uniforme hacia un nuevo autoritarismo, sino diversas causas que lo explican así como algunas coincidencias. El fenómeno Trump, por ejemplo, se explica por la movilización del resentimiento de sectores sociales norteamericanos, perdedores en la globalización, que ha desbordado al viejo partido republicano (el partido de Lincoln, nada menos), dando rienda suelta a las contradicciones sociales de una superpotencia en declive político y económico.

Pero lo que enlaza a todos los populismos es el mito nacionalista. La idea de que, al no haberse producido «el efecto goteo», es decir, la filtración de la riqueza acumulada por unos pocos al conjunto de la sociedad, la única salida es volver al aislamiento del Estado/Nación, cerrar las puertas y acabar con los mercados globalizados y la migración. El populismo de derechas -dice Habermas- se ha apropiado de los temas de la izquierda y vende (como Theresa May, tras el Brexit) la idea de un estado fuertemente intervencionista con el fin de combatir la marginación de los sectores abandonados por la globalización y el aumento de las divisiones sociales.

Ante esta situación, la izquierda europea, dice Habermas, tiene que preguntarse por qué el populismo autoritario está teniendo éxito a la hora de ganarse a los oprimidos y desfavorecidos para el falso camino del aislamiento internacional. El error en que puede incurrir la izquierda, como ya sucede en muchos aspectos, es aceptar el terreno de enfrentamiento definido por el populismo de derechas, cediendo a la tentación, a su vez populista y autoritaria, de refugiarse en un hiper-nacionalismo irracional, realimentando al monstruo.

Para Habermas, la respuesta de la izquierda europea debe ser otra: impulsar una reconfiguración política, socialmente aceptable, de la globalización económica, combatiendo al tiempo el capitalismo financiero salvaje y el retroceso nacionalista. Vuelve aquí Habermas a los temas clásicos que ha venido defendiendo a lo largo de su larga y fecunda trayectoria: reforzar la idea de una Europa políticamente unida en sus valores constitucionales, al pluralismo, los derechos, la participación democrática y el internacionalismo. El fortalecimiento, en fin, de la Unión Europea, en torno a un núcleo político que abarque la zona Euro y una periferia de estados miembros «que puedan unirse en cualquier momento».

J. Habermas, el pensador de la ética discursiva, el pensador que ha reivindicado la importancia de la democracia deliberativa, se alza una vez más para rechazar el irracionalismo, la intolerancia y la regresión autoritaria que hoy enarbola la internacional populista. Esperemos que sus llamados no caigan en saco roto.

P.D. El fallecimiento de Fidel Castro deja en el aire el futuro de la isla. Probablemente la situación hubiera sido distinta si el fallecimiento se hubiera producido mientras dirigía personalmente el país. Por tanto, dos fechas serán decisivas: 1) 2018, cuando Raúl Castro deje la jefatura del Estado cubano, 2) El 20 de enero próximo, cuando D. Trump sea investido presidente de los Estados Unidos de América.