Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José María Asencio

La reforma política. Cuarenta años

Se han cumplido la semana pasada cuarenta años desde la aprobación de la Ley para la Reforma Política que, como una nueva Ley Fundamental y respetando los cauces que permitían las leyes vigentes franquistas, abrió el camino para la instauración del sistema democrático del que hemos disfrutado estos últimos decenios.

Una ley corta y sencilla que establecía un modelo democrático y representativo, libre y que, de hecho, aunque se hiciera como afirmaba Fernández Miranda, su presunto autor, «de la ley a la ley», no representaba una simple reforma del régimen autoritario anterior, sino una auténtica ruptura con el mismo, que se desmontó absolutamente en los meses posteriores. Frente al modelo franquista se inauguró un sistema democrático homologable a los que regían en el mundo occidental.

Se instauraba la democracia, prueba de lo cual es que todos los partidos de izquierda y de extrema izquierda mayoritarios apostaron por la abstención, por desconfianza luego superada, no por el voto negativo, el cual solo se sostuvo por los partidarios del régimen franquista. Habría que preguntarse qué haría hoy Podemos, que opina que la Transición fue la continuación del franquismo, una postura que coincide peligrosamente con la históricamente mantenida por la extrema derecha, que aún hoy la considera como tal y por ETA, que luchó contra el sistema democrático con los mismos argumentos que hoy mantiene Podemos. Grave coincidencia que les debería llevar a meditar.

La ley fue aprobada por el noventa y cinco por ciento de los españoles y solo recogió un escaso dos y medio por ciento de votos negativos. Era clara la voluntad del pueblo español, ese pueblo que ahora Podemos insulta en su inteligencia al decirle que no apoyó un tránsito a la democracia, sino una mera remodelación de la dictadura. Y es que hay que ser un poco osado para afirmar que la democracia social liberal de 1978 fue un simple aggiornamento del sistema franquista. Y soberbio, al dar lecciones a quienes habían luchado contra la dictadura de verdad, a los que acusan de estúpidos.

Esta ley que se conmemora se tradujo en un cambio político radical: partidos políticos frente al Movimiento Nacional como partido único. Sindicatos libres, frente a sindicato vertical. Elecciones libres, frente a democracia orgánica. Libertades y derechos fundamentales, frente a derechos reconocidos, pero negados de facto. Y es que cualquier comparación es odiosa salvo para quienes quieren ver lo que no hay. O, simplemente, es que estos nuevos héroes de la izquierda criados en la propaganda, interpretan como democracia solo la revolucionaria, es decir, la excluyente de toda la derecha, la que constituye un paso hacia sistemas autoritarios ocultos bajo calificativos difusos, pero bien conocidos históricamente. Podemos no califica de democrático lo que corresponde a nuestro mundo occidental, sino otra cosa que debe clarificar, aunque haya pocas dudas acerca de qué se trata. O, tal vez, ellos mismos no lo sepan dados sus vaivenes reiterados.

Parece ser que buena parte de sus lamentos se centra en la institución Monárquica, la que identifican con el franquismo a pesar de que Franco no fue precisamente un monárquico que diera paso libre a la institución una vez terminada la guerra civil o en años posteriores, ni siquiera cuando le presionaban desde Europa para hacerlo. Franco rechazó la monarquía constitucional y liberal, se negó a la reinstauración y apostó por lo que llamaba la instauración de una nueva monarquía, sometida a los principios del Movimiento Nacional. Basta leer la Ley de Sucesión de 1947 para comprenderlo. Juan Carlos I, por el contrario, apostó desde el inicio, por las razones que sea, por el derribo del franquismo y la democracia, por la Monarquía constitucional, más cercana a una suerte de República coronada, que a una Monarquía tradicional o la franquista. Lo demás es puro voluntarismo y utilización de discursos parcialmente ciertos, pero especulativos. ¿Instauró Franco la Monarquía? Sí. ¿Votamos los españoles en 1978 esa Monarquía de Franco? No. La de Franco nada tenía que ver con la vigente y la que representó Juan Carlos I, votada por los ciudadanos aunque Cañamero diga otra cosa. Él no la votó, pues parece que en 1978 apostó por inclinarse hacia los partidos nacionalistas, de extrema derecha y un sector muy limitado de la izquierda (LCR y MCE), que fueron los que pidieron, con poco éxito, el «no» o la abstención. La izquierda en general pidió el «sí». Y, en todo caso, en el referéndum se votó a favor por el 89 por ciento, frente al 8, que lo hicieron en contra. Ese «sí» era un sí a todo, incluida la cuestión monárquica constitucional en la que la soberanía popular reside en el pueblo, no en el Rey. Bueno es que se entere el señor Cañamero.

Poner en tela de juicio el sistema democrático vigente suena a rancio, mucho tras cuarenta años. Recuperar el discurso de la ruptura cuando no existe ni un ápice de franquismo, es pura invención o divertimento. Para quienes vivimos la Transición estas reivindicaciones, que recuerdan tiempos pasados, nos hacen cierta gracia y rejuvenecen. Pero, no somos los mismos, aunque algunos se empeñen en decir que todo es igual.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats