Cuando a los jóvenes y jóvenas de ahora (no confundir con Ahora Madrid o con otros Ahora que circulan por España, incluida Cataluña) les da por demonizar el pasado, la Transición, la democracia que nos dimos, sus símbolos, sus logros, la Constitución y todo lo que representa porque? no les representa -un argumento digno de explicarse en las clases de doctorado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid-, cuando escucho eso, me entran ganas de invadir el futuro, sobre todo para saber si me representará o no. De ahí que la líder de Podemos, Carolina Bescansa, entre bebé y biberón, dijera que si en España votara la gente menor de 45 años Pablo Iglesias (el otro) ya sería presidente. Habrán comprobado mis dos conspicuas lectoras que no solo sobra el pasado reciente y la arquitectura democrática que construyó con tanto esfuerzo, sacrificio, comprensión, respeto mutuo y perdón, no; también sobramos más de la mitad de la población, aquella que ha superado el fatídico cumpleaños podemita de los «forty-five years old» (por sus siglas en inglés). Pero nada dicen de los ciudadanos y ciudadanas de entre 0 y 18 años, tropa esta que, una vez liberada del biberón podemita, y siguiendo su implacable diktat, querrá renunciar a la herencia que le toca y cambiarla por «su presente». Así, per saecula saeculorum.

Vivimos tiempos difíciles, contestan los lingüistas educados en el latín cada vez que algún británico les recuerda el ingenioso invento de presente continuo, tiempo verbal en el que pretenden instalarse los progres y progras de nueva generación y que, paradójicamente, acabó con las expectativas inmortales de algunos políticos novatos confiados en que el crecepelo que vendía Podemos arreglaría definitivamente la calvicie conceptual que procura el paso de los años (recuerden que los «abuelos» que se apuntaron al invento podemita -léase el exfiscal Anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo, eigthy-one years old, y el general exJEMAD Julio Rodríguez, sixty eigth years old-, o se han largado de la organización o los ha largado el pueblo al negarle el voto). No les quepa duda: conocer a Fausto y a su atractiva némesis Mefistófeles requiere educarse en la lectura del maestro Goethe, la única forma de descubrir que no existe el crecepelo en las sociedades adultas, solo se vende en la tierna imaginación de quienes se niegan a crecer bajo el síndrome de Peter Pan. De ahí los biberones. Tampoco hay crecepelos en política.

Y «veloce, veloce», como dicen los italianos, se mueve la otrora asamblearia estructura de Podemos. Ta rápido, que hasta el presente continuo en el que se instalaron los antisistema deconstruídos se ve desbordado. Reparen ustedes dos, con su inteligencia de lectores desengañados, que la líder de Podemos Andalucía, Teresa Rodríguez (la que comparó a Andrés Bódalo -hoy en prisión por agredir a un concejal del PSOE- con el poeta Miguel Hernández), digo, esta misma Rodríguez ha decidido emanciparse de papá Iglesias (el actual) y pedir el viático para caminar libre de las estructuras centralistas que puedan oprimirla. El Politburó ha contestado, veloce, veloce, que la autonomía podemita andaluza la deben decidir todos y todas, no solos los andaluces y las andaluzas, al contrario que predican en Cataluña. Así se las gasta el presente continuo. Pero además, en la vorágine de que no existe un mañana, el argentino-español Pablo Echenique (thirty-eight years old), líder de los podemitas aragoneses, reivindica Aragón como país con soberanía propia. El pobre Goethe (two hundred and sixty-seven years old), además de no votar por su edad, contempla aterrado el uso que se hace de su Fausto crecepelos.

La verdad es que no sé por qué les cuento estas miserias cuando en realidad a mí lo que me apetece ahora es viajar en vespa con Leonard Cohen recordando El Partisano un verano de 1970. Se ha ido tan veloce, veloce su áspera voz, su secular sombrero, su mirada quieta, su poesía rasgada, que solo quiero recorrer los barrios de Roma aupado en la vespa de Audrey Hepburn mientras escucho I'm Your Man. El breve y maravilloso relato -En mi vespa- que nos regaló Nanni Moretti con su Caro Diario vuelve ahora sobre mi afligida nostalgia señalándome el secreto camino que lleva del silencio a las sombras, de las miradas secas a los sonidos en voz baja, de la irrecuperable y cándida adolescencia al aroma de Suzanne. El mismo iniciático camino que recorría Moretti buscando respuestas al férvido final de Pasolini, partisano de sus propios abismos. Mientras el humano Cohen recogía el Príncipe de Asturias con un sencillo poema a la amistad, el divino Dylan no encuentra tiempo para su Nobel (por cierto, qué revelador contraste entre la educación de Cohen con el Rey y la intolerable desvergüenza de los miembros y miembras de Podemos en la apertura de las Cortes con el Rey). Cohen está enterrado en Montreal junto a su padre y su madre en un modesto ataúd de pino. Caro Leonard, si llego a saber que tenías comprado el billete al otro lado de la laguna Estigia de buen grado habría hecho de Caronte para llevarte con mi vespa al reino de los que no mueren. Las monedas del viaje me las fuiste regalando cada día que me asomaba a la ventana de tu voz esperando no tener que escuchar la última Closing Time. Cara Marisa, ya he reservado vuelo a Montreal. Hallelujah.