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La Policía Nacional ha detenido en Alicante a cuatro menores de edad por el acoso al que tenían sometida a una compañera desde el curso pasado. Los arrestados, cuatro adolescentes de 14 años, vejaban psicológicamente a su víctima en el interior del centro educativo y en la misma puerta de su casa, lo que degeneró, como parece lógico, en un cuadro de ansiedad y en una caída de la autoestima que desembocó en un cambio de colegio. El tormento continuó a través de las redes sociales y el teléfono móvil, elementos de este nuevo siglo que no conocen distancias ni barreras ni traslados de instituto.

A quienes hayan tenido el detalle de leer este artículo y rebasen ya la cuarentena, la primera parte no les sonará a nuevo. Lo que ahora llaman bullying o acoso escolar es tan antiguo como la Academia de Atenas fundada por Platón, en la que es posible que incluso Aristóteles se llevara alguna colleja. Incapaz cualquier Gobierno de meterle mano al problema, en los colegios de antes, como en los de ahora, era habitual que un grupo sometiera permanentemente a un compañero/a de clase por el simple hecho de aparentar debilidad, tener unos kilos de más, mostrar un aspecto andrógino, no gustarle el fútbol, sacar mejores notas que el resto o, sencillamente, porque al acosador de turno le salía de los cojones o porque así ocultaba la vergüenza de su enuresis. Hoy, como antes, la norma general establece que si el acoso pasa a mayores, la víctima cambia de colegio, elemento incomprensible en un Estado de Derecho, donde lo lógico es que el acosado permanezca en su escuela de toda la vida y los delincuentes se piren.

En la segunda parte del primer párrafo radica el cambio social, el antes y el ahora. Ya no basta con cambiar de colegio para huir del problema. Antes sí. Las redes sociales y los teléfonos móviles violan tu vida privada sin importar la hora del día y el lugar donde te escondas, y además amplifican y difunden la humillación y el insulto, multiplicando su efecto nocivo, a veces trágico. No intenten culpar del bullying a los profesores, salvo que el acoso sea notorio y no adopten medidas. Los colegios educan y enseñan Historia y Lengua, pero no valores. Sólo faltaba. El acoso escolar se basa en una falta de valores que sólo pueden aprenderse y añadirse al ADN en el hogar familiar. Si unos hijos son capaces de arruinar la vida a los hijos de otros, a quien habría que detener es a los padres.

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