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Bob Dylan y el otro síndrome de Estocolmo

Bob Dylan sigue jugando con la Academia Nobel en una confrontación sobre el "quién es quién". Comenzó sin acusar recibo de la concesión del Nobel de Literatura 2017, siguió con una aceptación de mera cortesía y, finalmente, avisa de su ausencia del acto de entrega por tener otros compromisos. En resumen, una estrategia del ídolo de masas para dejar bien sentado que no necesita el premio ni le causa especial orgullo. Hay precedentes -muy pocos- de renuncia o de ausencia, pero ninguno es tan expresivo como el del trovador americano, indiferente a lo que casi todos sus predecesores valoraron como pasaporte a la inmortalidad. Hay que entender que su autoestima está por encima del Nobel, aunque deje colgados de la brocha a quienes pugnaron durante años por sumarle a la lista de los elegidos.

No se trata de una protesta velada por la tardanza en reconocer sus merecimientos. Los académicos suecos desdeñaron un precedente tan significativo como el de la actitud de Dylan ante el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, que le fue otorgado varios años atrás. Ni se dio por enterado, ni disculpó su inasistencia al acto de entrega por quien hoy es rey de España: una descortesía menos mediática que la del Nobel, porque la Fundación asturiana evitó presionarle como han hecho los de la sueca, humillados por un desplante sin aparentes motivos ideológicos -como los de Sartre- ni por problemas de movilidad. Simple y llanamente, Dylan pasa del honor.

Es un síntoma entre los muchos que ilustran el cambio global de la mentalidad y los prestigios, culturales o no, que ha traido el siglo XXI. Salvo pocas excepciones, los premios Nobel recaen en personas de mérito indudable, pero totalmente desconocidas por la gente. Los suecos han querido "consagrar" a un consagrado fenómeno de masas por romper su imagen elitista y vampirizar en cierto modo una fama previa, vigente y superior a la del galardón. En definitiva, una forma de populismo entre las muchas, positivas o negativas, que nacen con el nuevo siglo. Nada es eterno y el "síndrome de Estocolmo" de los aspirantes a inmortales parece decaer entre los mitos que que ya lo son. Y esto sin hablar de ciertos Nobel de la Paz, absolutamente increibles...

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