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Francisco Esquivel

Paisaje después de las batallas

Una de las ventajas de esta profesión es la de gente que conoces, la diversidad de plebe a la que tienes acceso y lo que una parte nada despreciable de ella te aporta. Al poco de empezar con las columnas llamémosles de opinión, me encontré a un empresario que, antes de dar los buenos días, tuvo a bien decirme: «Lo que no me habré reído contigo esta mañana». Lógicamente, ese día no había escrito. Si después de un regalo así eres incapaz de situarte para los restos por muy difícil que resulte no pecar de vanidad en esta suerte, es que eres más imbécil aún de lo establecido.

La primera vez que me eché a la cara a Fraga a solas fue durante la campaña de las generales del 82 y tuvo lugar al amanecer, junto a la terraza de la planta 33 de un hotel. Lo más trascendente sin duda de aquel encuentro es que aquí estoy. En el polo opuesto se sitúa la entrevista que le hice a mediados de los setenta al cantautor argentino, Facundo Cabral. Aunque el redactor jefe no tenía ni pajolera idea de quién era, invertí cinco horas y volví de chiripa porque, tras babear, estuve a punto de irme a su lado a dar la vuelta al mundo emprendida a los 14 años cuando en su casa, inundada de churumbeles, le dieron 40 pesos para que ahuecase y se buscara la vida mientras aquí nos habían martirizado con alcanzar la seguridad a través de oposiciones, por lo que la fascinación al escuchar todo aquello te dejaba turulato.

Mucho más recientemente tuve la oportunidad de confraternizar con la bailarina y coreógrafa, Premio Nacional de Danza, Sol Picó. El magnetismo que me sedujo de ella no fue el parloteo propiamente dicho, sino la despampanante solidez que irradian sus convicciones. Y, a pesar de los bajones propiciados por la elección, qué cuajo a la hora de diseccionar con precisión los avatares de tamaña aventura. Observando a lo largo de años tal variedad de escenarios, puedo decir con absoluto convencimiento que, aunque actuar de Fraga no debía ser fácil y que lo de Facundo tenía su aquél, sostenerse sobre las puntas amando la danza en este país es el acabose.

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