«Las élites odian a Trump. Wall Street odia a Trump. Los políticos electos odian a Trump. Los medios de comunicación americanos odian a Trump. Después de crearlo y amarlo, porque subía los ratings de audiencia, pero ahora le odian. Gracias medios» (Michael Moore, en su nuevo documental Trumpland). Como dice Moore, Trump es un candidato creado por los programas de reality shows, que lo alzaron a la fama. Jamás ningún candidato a la Presidencia americana se gastó tan poco en televisión. Cuando hablaba en campaña, todas las cadenas conectaban en directo. Era bueno para los ratings. Su lenguaje soez, vulgar, provocador, es el que se practica diariamente en programas como Pesadilla en la cocina o Gran Hermano. Y la gran paradoja es que en la era de las pantallas, de la ubicuidad de los medios de comunicación, los grandes medios han dejado de tener relevancia. La gente vive en burbujas informativas afines, leen mensajes que les envían los amigos por WhatsApp o Facebook, insultan por Twitter. La realidad es tu realidad Youtube, tu muro de Facebook. No lo que diga el New York Times.

También hay mucho hartazgo. Las élites en USA se concentran en la Costa Este y Oeste, que han votado Hillary. En la Costa Este, se concentran en Washington DC y Nueva York (Wall Street). En la Costa Oeste, se concentran en Silicon Valley, donde mandan las Cinco Grandes (Google, Amazon, Facebook, Apple y más arriba Microsoft) y en la industria audiovisual de Los Ángeles (Hollywood). Y cuando cruzan el país de costa a costa día sí y día también, llaman al país que hay en medio el «fly-over country», es decir, el país que se sobrevuela. Todo lo que hay en medio, es donde están los paletos. Y, decía Henry Kissinger la semana pasada, esa gente está harta de que se desprecien sus valores tradicionales, está harta de lo políticamente correcto, está harta de una élite que dice que les defiende, hasta que se descubre que se ríen de ellos cuando se filtran los correos de Wikileaks.

Y por último, una globalización diseñada por académicos (el papel lo aguanta todo), que ha olvidado que para negociar acuerdos de libre comercio, hay que tener en cuenta los salarios reales, y obligar a la otra parte a aumentar los derechos laborales de sus trabajadores, para evitar el dumping social. China, México, Bangladesh, siguen teniendo condiciones laborables deplorables, y sistemas políticos corruptos. La desigualdad en EE UU se ha duplicado en los últimos 30 años, y encima los empleos mejor pagados de las clases medias y bajas se han esfumado. Y encima, las estadísticas mienten: dicen que sólo hay un 5,6% de paro, la gente sin o con estudios medios no llega a fin de mes. Porque tener un trabajo parcial de 9 a 12 de la mañana, ya te saca de la lista del paro, pero no de la lista de la pobreza.

Francis Fukuyama en su monumental obra Orden y decadencia de los sistemas políticos, publicada en el 2014, predijo la decadencia de los Estados Unidos, causado por el secuestro de los intereses económicos de las grandes corporaciones del sistema político americano. El sistema no beneficia a la mayoría, está corrompido por el cáncer de los lobbies y el dinero de las élites económicas. La gente común vive cada vez peor, y las élites viajan en aviones privados mientras dan dinero para luchar contra el cambio climático. La única solución, escribe Fukuyama, sería un shock externo. Lo que ha llegado es un shock interno. Trump es la opción más horrible para el mundo, pero la menos mala para esos americanos olvidados y despreciados. Porque Hillary, así lo perciben, representaba más de lo mismo. Y así no podían seguir.