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Juan R. Gil

Un presidente al ralentí

ay muchas definiciones del término ralentí, pero a mí particularmente me gusta una de las menos habituales. En los aviones -dice la Wikipedia, madre de todos los saberes-, se llama ralentí al momento en el que la palanca aceleradora está al mínimo de potencia; en ese caso, el avión planea. El ralentí -continúa la cita- se utiliza en los aterrizajes para perder velocidad. Digo yo que debe ser eso lo que está haciendo el presidente de la Diputación Provincial, César Sánchez, planear para asegurarse el aterrizaje. Lo malo es que llevamos en este sobrevuelo 16 meses y no acabamos de tocar suelo. Lo único que sí se nota es la desaceleración.

Es cierto que Sánchez llegó al cargo por accidente y que es el primer político al que en democracia le ha tocado presidir la Diputación sin mayoría absoluta. Pero no lo es menos que vino precedido de una aureola de buen gestor y que se puso al frente de la institución más importante que gobierna el PP en la Comunidad Valenciana. Año y pico después, ni una cosa ni la otra han sido puestas en valor.

Primero fue el pacto con Ciudadanos para amarrar el voto que le faltaba a Sánchez para ser investido presidente, después de que el todavía dueño y señor del PP en Alicante, el exvicepresidente del Consell José Císcar, tuviera que tragarse el sapo de renunciar a su propia candidatura por el veto de los de Rivera. Sánchez negoció ese acuerdo mirando por el retrovisor. Estando más pendiente de su espalda, por si los suyos le apuñalaban, que de lo que tenía enfrente. Vale que llegar a acuerdos con un partido como el que Ciudadanos es en esta Comunidad resulta realmente complicado. Pero, de todos los caminos posibles, Sánchez eligió el más tortuoso: alargar el proceso a la espera de que Cs se rompiera. Lo logró: Ciudadanos le hizo presidente pero su único diputado apenas tardó unas nóminas en hacerse tránsfuga, no porque estuviera en contra sino porque llevaba su propia negociación con el PP y con Sánchez al margen de su partido. La imagen de los de Rivera sufrió un daño brutal con la espantada de Sepulcre. Pero desde entonces, cada vez que el tránsfuga da que hablar, son Sánchez y el PP los que sufren el descrédito porque ellos son los que le pagan la soldada.

Eso fue lo primero, pero luego vino la formación de un equipo que, más que servir al presidente, parecía puesto ahí para no perderlo de vista. Y a renglón seguido, el enfrentamiento con la Generalitat. Si gobernando el mismo partido en Valencia y en Alicante el Consell siempre ha tenido a la Diputación como enemiga , era imposible que con el PSPV y Compromís en el Palau y el PP en la avenida de la Estación la pugna no llegara a máximos. Ximo Puig ha tratado de vaciar de competencias la Diputación de forma harto imprudente, porque no se vertebra desde la expropiación. Pero la respuesta de Sánchez le ha hecho perder la razón que pudiera asistirle, una y otra vez. Primero, porque autoerigir a la Diputación en «Gobierno Provincial» resulta una pretenciosidad fuera de lugar. Segundo, porque la estrategia seguida por Sánchez sólo ha conseguido de momento tener a la Diputación haciendo papeleo, en lugar de hacer política.

Y de remate, los diputados que le acompañan. Siempre se ha dicho que la mejor guía para un dirigente sigue siendo, más de 500 años después, la que detalló Maquiavelo en El Príncipe. Pero hay quien sostiene que para entender lo que pasa en un palacio nada mejor que leer todas las entregas de Las aventuras del califa Harún el Pussah, con guión del genial Goscinny. Tal era el lío de exalcaldes y/o aspirantes a serlo que llevó el PP a la Diputación por obra y gracia de Ciscar, que al principio era difícil establecer quién iba a ser en este teatrillo local Iznogud, el ladino visir que conspira historieta tras historieta por ser califa en lugar del califa: ¿Dolón? ¿Castillo? ¿Adrián Ballester quizá? ¿Y quién haría el papel de su fiel sirviente, Dilá Lará? ¿El tránsfuga tal vez? Al final, el tiempo, que todo lo pone en su sitio, va aclarando la situación: hoy hay pocos que duden de que Iznogud si pudiera elegir nombre se llamaría Carlos. Sobre quién representa al criado hay menos dudas, aunque sirva a varios señores. En sus ratos libres, anda montando partidos.

A pesar de que no era él el político que el que manda en el PP tenía previsto para presidir la Diputación, César Sánchez tenía un programa cuando tomó posesión del cargo en julio de 2015 modernizador y atractivo. Pero con todo lo contado la imagen que a día de hoy se está trasladando desde la Corporación Provincial está muy lejos de esos principios. La Diputación no transmite la idea de administración poderosa ni avanzada, sino que parece paralizada y antigua.

En el fondo, no deja de reflejar lo que es el propio PP. La derecha social es evidente que permanece activa, pero la que hasta aquí ha sido su representación política más genuina -el Partido Popular- continúa en esta Comunidad y en esta provincia sin santo ni seña. No es una organización, es la casa de los líos. Encima, la batalla de verdad comienza ahora, porque es ahora cuando vienen los congresos en cascada: el nacional, cuya fecha se conocerá previsiblemente este lunes pero que se espera para febrero, el regional y el provincial. Y el fuego amigo ya ha empezado a granear sobre Sánchez. El propio PP se ha encargado de extender sobre él dos intensos rumores: que piensa dejar la política cuando acabe esta legislatura (lo que equivale a insinuar que está acabado y no sirve como referencia) y que su actividad como presidente de la Diputación es mínima. Que la pisa poco.

Sobre lo primero, nada indica que vaya a ser así. Sánchez sí dejará de ser alcalde de Calp cuando termine este mandato, pero quiere intentar repetir al frente de la Diputación ocupando para ello plaza de concejal. Respecto a la falta de actividad como presidente, su entorno más próximo lo niega rotundamente y muestra agendas para probar la impostura. Pero lo cierto es que la página web que el propio Sánchez creó al principio de su mandato para que cualquier ciudadano pudiera estar al tanto de su trabajo diario no recoge ninguna noticia desde el 19 de septiembre ni ningún acto en agenda desde el 24 de octubre. ¿Es sólo que no se ha actualizado? Seguramente. Pero eso ya es un síntoma de que las cosas no funcionan bien.

Sánchez no pilota un avión normal. Para como está el PP aquí, maneja un superbombardero. Y los cursos para dirigirlo los aprobó antes con excelente nota. Pero, sea consciente o no, tanto ralentí amenaza con griparle ahora los motores. Algo debe haber notado cuando ya ha comenzado a desperezarse en el asiento: es probable que ocupe un puesto muy relevante en la dirección regional que salga del próximo congreso autonómico, hay acuerdo para no disputarle a Ciscar la presidencia provincial (en la que el de Teulada quiere repetir) a cambio de que por el otro lado no haya injerencias, la semana pasada le quitó competencias en comunicación al vicepresidente Ballester para asumirlas él desde Presidencia y es posible que pronto firme un decreto nombrando un nuevo vicepresidente, Javier Sendra, al que le traspasará la gestión de los fondos europeos que hasta aquí ha llevado Carlos Castillo, algo que es difícil no interpretar como un toque de atención, y no pequeño, para el que fuera teniente de alcalde de Castedo. Todo eso, al mismo tiempo que negocia personal y discretamente con Puig un cese de hostilidades, siquiera temporal, que le permita salir del agobio de tesorería en el que, a la chita callando, el Consell le está metiendo. Por carácter y por formación, Sánchez es de los de contemplar las prisas de otros mientras él sigue planeando para aterrizar al ralentí. El peligro, en estos casos, es que al piloto se le acabe la pista. O a los pasajeros la paciencia.

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