La victoria de Donald Trump es como un ictus cerebral, es un síntoma del mal funcionamiento orgánico institucional, del déficit en el riego sanguíneo en éste caso, pero es una manifestación grave del problema con consecuencias imprevisibles. Los efectos presentan una gama amplia y pueden ir desde lesiones cerebrales con parálisis físicas o serias limitaciones de las facultades mentales, incluso la muerte. Donald Trump es el infarto cerebral en la cabeza del mundo. Algunas de las limitaciones mentales las hemos visto y oído durante toda la campaña, otras están por ver, y las consecuencias las vamos a padecer todos, -unos más que otros, como siempre- al menos en los próximos cuatro años. La indefinición y la imprevisibilidad política es el primer problema.

En política exterior «América para los americanos» va a ser la copla con que nos van a machacar, o como dice el líder del nacionalismo holandés «los holandeses vamos a reconquistar Holanda», y los franceses Francia, y los austríacos Austria y así sucesivamente. También los españoles España, según parece. La identidad nacionalista en estos discursos, se asienta en el origen, en la genética, a veces en un, supuesto, estilo de vida común -por ejemplo, ya me dirán entre una saga de millonarios neoyorquinos y un ganadero del medio oeste- y sobre todo en los sentimientos. La imprevisibilidad la ha contagiado a Europa. No hay más que ver la euforia de los grupos nacionalistas y neonazis europeos. Una victoria de Marine Le Pen en Francia sería un terremoto en la estructura institucional europea. Los avisos los tenemos con la elección para presidente de Austria, que hay que repetir en otoño, y en las que compiten de nuevo un ecologista, Van Der Bellen, y el euroescéptico y ultraderechista del FPÖ, Norbert Hofer. Las réplicas se anuncian en Holanda con el PVV; el ApD en Alemania, la Liga Norte en Italia, el Ukip en Gran Bretaña, o Amanecer Dorado en Grecia. Y más.

La doctrina Monroe de «América para los americanos» era una advertencia contra las injerencias de las metrópolis europeas, y cuando pudieron, tuvieron poder, fue seguida del corolario del «gran garrote» la política exterior que legitimaba la intervención de EE UU allí donde consideraran que sus intereses estaban en peligro. Romper el acuerdo con Irán sobre proliferación nuclear; reconocer Jerusalem como capital de Israel; descolgarse del acuerdo de París sobre el cambio climático; revisar el acuerdo comercial de la EFTA -con México y Canadá- o el de Asia Pacífico; revisar los acuerdos con Cuba; la financiación de la OTAN, etcétera. Son algunas de las acciones prometidas en campaña que pueden tensar y desestabilizar medio mundo y frenar el comercio, y por lo tanto el débil crecimiento mundial. Y esta vez las decisiones pretenden imponerse con el «gran garrote».

En el ámbito interior los inmigrantes van a vivir con la amenaza de su expulsión. Los norteamericanos pobres pueden perder cuando empezaban a disfrutarlo el Obamacare, la sanidad gratuita. La reforma fiscal quitará impuestos a los más ricos, y quitará becas para la universidad y algunos programas recientes en los colegios públicos. Eso sí potenciarán inversiones en construcción, infraestructuras, industria militar -el «gran garrote»-, y las energías fósiles.

El discurso identitario nacionalista es un arma frente al diferente. Como el machismo o el desprecio a homosexuales o lesbianas, o a latinos y negros. El discurso nacionalista, misógino, racista, fascista o nazi en casos extremos, parte siempre de negar a la persona, al ser humano, y a la vida humana como valor supremo. Decía García-Margallo esta semana que «no se puede caer en simplificaciones obscenas y decir que Trump es un fascista», seguramente lleva razón y Trump no lo será, pero gran parte de su discurso sí. Los EE UU son una democracia no cabe duda, democracia que él cuestionaba de no haber ganado. Alemania también lo era cuando Hitler llegó al poder. Y el Ku Klux Klan se ha identificado y respaldado sus propuestas. Todos confiamos en que ahora «modere sus duras afirmaciones», ha dicho el exministro, y sobre todo esperamos que no las lleve a la práctica (INFORMACIÓN 10-XI-2016). Yo también lo espero, sobre todo porque en el Senado la mayoría cambia con un par de votos, y allí no es exigible disciplina de partido. Es como dirían los neurólogos el «código ictus», lo único que puede frenar y de forma rápida los efectos secundarios del daño en la cabeza del planeta.