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Rogelio Fenoll

La globalización era esto

Ganó el bocazas, el fanfarrón, el bufón, el Kim Jong-un norteamericano, el payaso, el misógino, el supremacista, el negacionista, el fascistoide. El hombre hecho a sí mismo gracias a la herencia paterna, esa encarnación del sueño americano que acaba en la Casa Blanca, que se presentó en campaña como colega de la clase obrera americana prometiéndoles posiblemente lo imposible. Aquí alucinamos, pero los que en Estados Unidos se autodenominan la «basura blanca» -los perdedores, los desposeídos, los obreros no cualificados, los parados a causa de la deslocalización de la industria estadounidense- han dado el triunfo al nuevo mesías antisistema, pero no solo. Cualquier parecido de Hillary Clinton con un redneck, un tejano, un granjero de las praderas, un cliente de Wal Mart, un cristiano renacido, un vociferante aficionado a los espectáculos de big foots o un miliciano de Wisconsin es pura ficción, y estos han salido en masa de sus ranchos, cabañas y caravanas en los suburbios para votar a uno que consideran de los suyos, porque Trump se parece mucho a sus votantes. Muy duro para ellos, los blancos rurales, que, tras un negro, llegara una mujer. Y la clase media: no hay nada más placentero en estos tiempos que votar contra las élites, la caspa en definición hispano podemita, un populismo que aquí gira a la izquierda y al otro lado del Atlántico a la derecha. La victoria del magnate, del presentador de telebasura, es, como la del Brexit, el triunfo del resentimiento, del egoísmo y el rotundo fracaso de la globalización que, lejos de solucionar todos los males como se aventuraba en el cambio de siglo, ha generado más nacionalismo, proteccionismo, insolidaridad, xenofobia y peores condiciones para los trabajadores de todo el mundo. Trump tiene una narrativa, como Farage en Reino Unido y Le Pen en Francia, y se nutre de lo que nos quieren presentar como los males de la globalización y no hay nadie capaz de parar ese tsunami desde unas instituciones esclerotizadas y unos líderes socialdemócratas, o lo que sean, sin discurso.

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