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Jugando con datos

No hay dato que, convenientemente torturado, no acabe confesando lo que el torturador desea. Mucho mejor si el dato está producido por el Estado, es decir, si es de ese tipo particular de estadística llamada «oficial» (quieras que no, «estadística» suena a «Estado»). Las torturas son de diverso tipo y hay que reconocer que los anglosajones han sido unos maestros en este noble arte de la manipulación. Incluso de resultados electorales (USA is different).

Tenemos, para empezar en serio, las estadísticas del desempleo. De entrada, se obtienen por dos conductos: los registrados en las oficinas ad hoc y los que se consiguen haciendo encuestas de población activa. La cuestión es que, respectivamente, el formulario para el registro y el cuestionario para la encuesta se pueden enunciar de distintas maneras y el modo de sumar las respuestas, también. Así, si alguien nos contesta que ha trabajado tres horas la semana anterior (un súper-precario, para entendernos) pero que ahora está parado, las instrucciones para el que recoge la respuesta pueden ser tanto la de clasificarlo como parado (como efectivamente está) o como empleado (lo fue, y eso basta frecuentemente en EE UU). Úsese una u otra opción y los datos serán diferentes. Ad usum delphini, por lo general.

Otro ejemplo de tortura consiste, en esa misma dirección, en cambiar la definición del asunto a cuantificar. El mejor ejemplo, para mí, es el de la pobreza. Todo cambia según cómo busquemos datos sobre «insatisfacción severa, estable e indeseada de necesidades básicas». Lo primero que podemos hacer es monetarizarlo: ser pobre es no tener tantos o cuantos euros/dólares para vivir dignamente. Lo de la monetarización ya se las trae, sobre todo en contextos en los que predomina el trueque o donde han entrado monedas alternativas, aunque no necesariamente el problemático «bitcoin», o hay abundante economía sumergida. Pero dejémoslo en euros. ¿Qué cantidad decidimos -subrayo el «decidimos»- que marca la frontera entre pobreza y no-pobreza? El Banco Mundial juega con dólares y va cambiando con 1, 1,25, 1,90 dólares por persona y día. Eso sí, añaden el esoterismo de «a paridad de poder adquisitivo».

Otra forma es la europea de calcular cuánto gana cada cual, sacar la media y decidir que son pobres los que no llegan a la mitad de la media (o de la mediana, si quieren demostrar que saben estadística descriptiva). Podría ser un tercio o cualquier otra fracción, aunque hay que decir que, una vez se decide cómo obtener el dato, otros pueden hacer el mismo estudio y encontrar los mismos resultados (sucedió en tiempos de Felipe González, cuando Cáritas presentó el primer trabajo en este campo, no gustó al ministerio de Asuntos Sociales que decidió hacer su propia encuesta... y encontró los mismos resultados. Eso sí, estos últimos no se publicaron, ¿para qué?).

Mi tortura favorita es la del prestidigitador. Consiste en insistir machaconamente en un dato positivo para el torturador para así no tener que afrontar otro dato negativo para el mismo. Caso evidente: el crecimiento del PIB que sitúa al Reino de España en el primer lugar del grupo euro. Olvidemos la argucia de producir crecimiento estadístico añadiendo las transacciones monetarias con prostitutas y el narcotráfico. Ya se ha hecho y ha sido todo un éxito de crecimiento. No de la realidad, pero sí del numerito.

Tomemos cualquiera de los cuadros comparativos de que se puede disponer si uno se lo propone. Estos son de unos cuarenta países de hace un par de semanas. Los traía The Economist. Los doy solo como ejemplo (no prueba), porque entonces se seguía hablando de «nuestro crecimiento» como «el más alto de la zona euro»: un 3% para 2016. Primero, no era el más alto de la Unión Europea: Suecia tenía un 3,1. Poca diferencia, sí. Pero no vendrá mal recordar a Suiza (3,1) y no digamos la India, Pakistán, Indonesia y Filipinas (entre el 5 y el 7). Claro que no era Venezuela, con su decrecimiento del 14%, pero no era como para echar cohetes. Mucho menos si se tomaban en consideración otros datos de la misma tabla: desempleo, solo superado por Grecia (23%) y Sudáfrica (26%) y seguido por Francia, Italia, Turquía, Brasil y Egipto. Otrosí con el equilibrio presupuestario en porcentaje del PIB: el porcentaje deficitario español era muy alto, superado en Europa por una décima de Grecia. Cierto que mucho mejor que Japón, Brasil o Arabia Saudita, pero muy lejos de los únicos que daban porcentajes en su superávit: Alemania, Suiza, Noruega, Singapur y Hong Kong. Los sospechosos habituales.

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