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Apuntes afilados

Mariano redimido

Lo decíamos hace ya meses. Victoria o dimisión. Las guiñolescas cachiporras del PSOE consiguieron que Pedro Sánchez abandonara el puesto de secretario general, y ahora deja el escaño por coherencia, sin sonrisas y con alguna lágrima, pero con el objetivo de buscar aliento y volver a empezar. Y lo hace extrayéndose las espinas, que lanza contra los que le pusieron palos en las ruedas y le dan la espalda después de darle la mano. Contra los poderes mediáticos, políticos y financieros que muestran el rumbo. Esos ángeles de la guarda dispuestos a proteger los intereses de las altas esferas para guiar al rebaño por las sombras y servirse de la gente. Para hacer cumplir las sagradas reglas que tanto defienden los populares. Unos deben ganar siempre y otros no deben ganar nunca aun venciendo o pudiendo conformar una mayoría. Así las cosas, con su traje recién planchado y sin despeinarse, Rajoy reclama un Ejecutivo duradero que persevere y no cambie nada. Las reformas, los recortes y los abusos han sido muy útiles y deben seguir en pie de guerra, y la corrupción, la precariedad, el cerrilismo y la desigualdad triunfan y logran convertir en presidente al que circula por esa ruta. Lo construido se «puede mejorar», cree Rajoy, sin mejorar nada en el fondo, que para eso campean las huestes de C's con sus acuerdos bajo el brazo. El PP ofrece diálogo al PSOE, en poder de la infumable gestora que muchos militantes no reconocen, y exige que se incline cuando sea menester. Los compromisos europeos, las élites y el Boletín Oficial del Estado, si es preciso gobernar desde ahí en el caso de que le pongan pegas, mandan. «Tendrán nuestra más firme oposición», advierte el socialista Hernando exhibiendo el maltrecho músculo de su partido y de un portavoz comodín que se adapta con tal de sostener la poltrona. Nadie duda de la legitimidad de los votos que consiguió Rajoy, aunque no deja de ser infame su continuidad y que los de enfrente hayan hecho todo lo posible para que continúe ahí. «¿No es cierto, ángel de amor,/ que en esta apartada orilla/ más pura la luna brilla/ y se respira mejor?», declama don Mariano Tenorio, recién redimido, dirigiéndose a un Rivera con atuendos de Doña Inés.

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