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Javier Llopis

Tribuna

Javier Llopis

El ministro y el calabacín gigante

Que no les engañe nuestra patológica tendencia a contar batallitas y a darnos pisto. Los profesionales del periodismo provincial no somos ni Woodward ni Bernstein, ni siquiera aspiramos a convertirnos en uno de esos apocalípticos editorialistas capaces de hacer caer un gobierno a golpe de metáfora. Los profesionales del periodismo provincial somos una cuadrilla de tipos raros; una banda inclasificable de apasionados del oficio, capaces de entrevistar a un ministro, de hacer una reflexión sobre la última exposición de un pintor hiperrealista, de perseguir al camión de los bomberos por las intrincadas carreteras de un polígono industrial en llamas, de descifrar los enrevesados recovecos legales del último chanchullo urbanístico de un alcalde o de escribir una brillante pieza literaria sobre un agricultor que acaba de conseguir un calabacín gigante de 20 kilos. Para el resto de los mortales, somos una gente incomprensible, que se deja los años y la salud en un trabajo en el que nadie se hace millonario; en una tarea sin horarios en la que se suelen recibir más bofetadas que laureles. La gran pregunta es ésa: ¿por qué unos seres humanos con uso de razón, y con una buena preparación académica, deciden invertir sus vidas en una profesión como ésta? La respuesta es rotunda y no admite dudas: porque nos gusta, porque para nosotros el concepto actividad laboral es sinónimo de ese descontrolado manicomio en el que se convierte cada día la redacción de un periódico y porque sin esos gramos de locura, nuestras vidas perderían buena parte de su gracia.

Durante 75 años el diario INFORMACIÓN les ha dado cobijo a algunos de los más fanáticos practicantes de esta religión. El modus operandi ha sido siempre el mismo. De jovencitos, entrábamos por las puertas de Doctor Rico con la misma emoción nerviosa con que entran los feligreses en una catedral gótica. Pasaban los años y los ingenuos becarios se transformaban en señores mayores con más conchas que un galápago. Pasaban los años y por inexplicable que parezca, la acumulación de jornadas maratonianas no lograba acabar con ese pellizco inicial, que nos hacía sentir los más grandes periodistas del mundo cada vez que conseguíamos alguna exclusiva o algún reportaje especialmente brillante.

Se llama periodismo provincial y es un veneno. Varias generaciones de directores y de redactores jefes de esta santa casa se han encargado de inocularnos esta sustancia adictiva. Gracias a ellos sabemos que la Reina de las Fiestas es tan importante como la visita de un engolado presidente de Gobierno, que un desastre en la cosecha de alcachofas del pueblo de al lado tiene repercusiones tan graves como una guerra en el Golfo Pérsico o que una Entrada Mora de Alcoy debe recibir mejor tratamiento informativo que la gala de los Oscar. Se llama periodismo de proximidad y es un placer del que nunca podrán disfrutar las grandes firmas que brillan con letras rutilantes en los periódicos de Madrid y en las tertulias de las teles. Somos, al fin y al cabo, gente que cuenta lo que le pasa a nuestra gente en su entorno más cercano. Somos unos privilegiados que viven los grandes acontecimientos de su sociedad en primera fila y que, por si esto fuera poco, disponen de un espacio para relatar estas historias desde la más absoluta libertad.

El 75 aniversario de INFORMACIÓN es una buenísima excusa para celebrar la existencia de ese otro periodismo alejado de los oropeles y de las fanfarrias de la capital del Reino. Es un buen momento para darnos un homenaje. Para reconocer la función social de las empresas que hacen posibles aventuras como las de este periódico y la labor de unos profesionales, que desde muy jóvenes hemos invertido ingentes esfuerzos en demostrar que un ministro es tan importante como un calabacín gigante de 20 kilos.

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