Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Joaquín Rábago

Un piececito de niño

He visto en un semanario europeo una fotografía que me ha impactado más que ninguna otra hasta ahora de la guerra de Siria.

Mostraba el piececillo desnudo de un niño que salía de entre los cascotes en algún lugar de la bombardeada Alepo. Era lo único que se veía de aquella criaturita sin vida.

Nos hemos acostumbrado a las guerras convertidas en algo así como un juego de ordenador, a ver los edificios y los tanques destruidos desde el aire, las imágenes tomadas a distancia desde algún dron.

Y cuando vemos el cadáver de un niño lamido por el agua en una playa desierta o un cuerpo como el de aquella criatura aplastada por las piedras, experimentamos una mezcla de piedad y de rabia.

Rabia porque sentimos que no hemos hecho, no estamos haciendo lo suficiente para impedir toda esa barbarie y sabemos que muchos de sus responsables últimos nunca responderán ante una justicia que es siempre la de los vencedores.

Hablan los medios de la "liberación" de la iraquí Mosul o de la siria Alepo, una liberación que es al mismo tiempo y de modo inevitable "destrucción": destrucción y muerte de millares de inocentes.

Y hablamos de guerras de cuyo desarrollo los medios nos informan regularmente y con más o menos objetividad, según los casos, pero hay otras por igual devastadoras y de las que apenas nos llega algún eco lejano.

Son guerras casi invisibles, al menos para nosotros los occidentales. Una de ellas es la del Yemen, en la que participa una coalición de Estados árabes, liderada por nuestro gran aliado, Arabia Saudí.

Y ya se sabe que una guerra invisible no existe: para nosotros no tiene víctimas aunque luego nos las encontremos en esas pateras que , si hay suerte, llegan a Europa con su carga humana y, si no, acaban tragadas por las olas del Mediterráneo.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats