Los socialistas son tan vulnerables a la persistente culpabilización por el bloqueo institucional a la que los tuvo sometidos el PP en los últimos meses que, con la debilidad de su cuerpo electoral, han terminado por interiorizar su pecado y ahora buscan una penitencia contundente en forma de flagelación pública. Frente a esa conciencia de culpa colectiva, que asumen de forma implícita con su decisión de abstenerse ante el candidato Rajoy, no caben otros remilgos éticos que pudieran justificar la libertad de voto de los parlamentarios, sabiendo de antemano que, incluso con esa fórmula abierta, está garantizado que no habrá elecciones en diciembre.

Ninguna excepción: que nadie se libre de someterse a la abstención es garantía de que nadie estará en mejores condiciones de presentarse impoluto ante unos afiliados que, antes o después, tendrán que hablar. Ahí reside una de las principales razones de ese mandato imperativo del comité federal.

Lo que está en juego desde la caída de Pedro Sánchez es demostrar quién manda en el partido y abrir un proceso controlado para que las riendas de la organización no vuelvan a caer en manos inapropiadas. Y como demostración de todo ello la primera medida es una decisión que no admite ningún tipo de modulación para atenuar su alto coste político. Es otra prueba más, y ya van muchas, de que el viejo, muy viejo, partido prefiere arriesgarse a caer en la irrelevancia antes que abrirse a la nueva cultura política que se impone como una exigencia ciudadana.

Hasta el domingo pasado, los socialistas estaban cautivos de sí mismos. Ahora siguen encerrados con lo suyo pero además están cautivos de los otros, los que les van a marcar el ritmo y el calendario. El ministro Margallo dejó caer ya que, superada la investidura, persiste el peligro de las terceras elecciones aunque sea con un plazo más diferido. En mayo de 2017 se cumple el año que debe transcurrir entre la convocatoria de dos comicios generales siempre que haya investidura de presidente. Para Margallo esa es una fecha de referencia si el bloqueo institucional persiste en forma de imposibilidad de, por ejemplo, aprobar unos nuevo presupuestos. Después de entregar a la totalidad del grupo parlamentario, el PSOE es una víctima propiciatoria de las exigencias de Rajoy para garantizar la gobernabilidad.

La debilidad de los socialistas es tan extrema que incluso Albert Rivera se permite reprocharles que la suya sea una rendición incondicional. Los días corren en contra del PSOE y cuanto más empeño pongan sus dirigentes en ahormar la recuperación a su forma de entender el partido, más vulnerable será al control de los tiempos que ahora está en manos del PP, cuyo líder pasa por ser un maestro en el dominio de ese factor clave.