Antes de entrar en materia y trasladarlo nuestras costas, quisiera explicarles de la forma menos confusa posible lo que ocurre en nuestro universo día sí y día también. A una gigante roja, es decir, a un sol como el nuestro aunque de mayor tamaño, le llega el momento en que al igual que los seres humanos, en este caso millones de años, extingue su vida. A diferencia, ni esquelas, ni tanatorios, ni lugar donde reposen los restos, y todo esto empieza cuando cercano el final, y al fogón de la estrella apenas le queda combustible para seguir iluminando los planetas que circundan alrededor de ella, reduce la expansión de su luz y calor, sumiendo a los planetas tributarios en lugares gélidos condenados también a muerte a corto plazo fijo.

En ese momento, comienza el colapso gravitatorio, esa misma gravedad que la ha mantenido estable comienza a alterarse comenzando a atraer hacia sí lo que antes era un sólido equilibrio girando en torno a ella y se convierte en una poderosa fuerza que succiona cualquier materia, incluso la luz, hasta absorber todo lo que existe a su alrededor, comprimiéndose hasta convertirse en una enana blanca originándose una masa concentrada en un pequeño volumen. Lo que ocurre después de la desaparición de la materia absorbida en ese sistema solar aún es merecedor de un premio Nobel que explique al completo la creación, desarrollo y futuro del universo.

Fagocitar es la capacidad de una célula que absorbe otra célula para consumirla o destruirla, término usual en biología cuando se examina a visión microscópica, si bien metafóricamente también puede ser la lucha cruenta entre dos partes antagónicas que pelean hasta que la célula fuerte rodea con su membrana a la débil, y o bien la consume digiriéndola o la transforma expulsándola al exterior con una nueva estructura a modo de zombi a su servicio.

Ambos ejemplos de la naturaleza evidencian que los seres humanos siguen las mismas pautas del entorno en que se desenvuelven, dejan de dar calor y alimento a los demás aunque ello signifique su propia muerte, y hostigan al débil hasta que se convierte en un sirviente anónimo e irrelevante cuya única aspiración es permutar su antigua condición de líder de la manada en un paje haciendo oposiciones a bufón. Dos ejemplos, que en términos simplistas, representan la autodestrucción y la humillación del vasallaje impuesto.

En lo cercano, la izquierda española está sumida en un fratricidio paranoico, ni gobiernan ni dejan gobernar; los años previos al golpe de Estado de 1936 rememoran lo que ahora está ocurriendo 80 años después. Los pablistas arrinconan a los errejonistas para lapidarlos y tomar el poder sin oposición de la izquierda tradicional, incluso masacrando a los suyos, Podemos veta la formación de un gobierno socialista en la primera investidura después de haberse propuesto su líder como vicepresidente, controlador del BOE, del CNI, y el Ejército, y la guinda es la batalla en el seno del PSOE para expulsar al secretario general después de haberle dejado campar por unos páramos llenos de trampas para disuadirle de que no estaba preparado para Ligas Mayores, y ahora entregar el gobierno a lo rendición de Breda, de rodillas, entregando la llave, y exigiendo disciplina parlamentaria. Evito cualquier comentario sobre el tripartito de izquierdas del Ayuntamiento de Alicante para no ser reiterativo en la flagelación sobre la autodestrucción y el cainismo de la izquierda.

Un clásico, «¡Al suelo que vienen los nuestros!», y la derecha, a la gallega, impertérrita, modélica en el ejercicio de subir y bajar escaleras sin llegar a ningún piso, ni un ademán siquiera de acceder al primer piso o tocar el punto de partida, pregonando que lo que ahora se juzga en los tribunales son cuestiones del pasado de presuntos delincuentes que ya no forman parte del partido a pesar de que se hayan lucrado a título personal y hayan dejado unas pingües limosnas para modernizar la sede de Génova o financiar elecciones tramposas, deslizando sotto voce que no se ponga impertinente el personal porque si hay unas terceras elecciones, ajo y agua, y más próximos a la mayoría absoluta.

Otro clásico, tenemos los que nos merecemos. Lástima de Izquierda Des-Unida.

PD: Seguiremos votando, siempre será mejor que votar a Trump.