Alimentación, despilfarro, hambre y desperdicio son palabras clave que dibujan un círculo endiablado sobre el que avanza la humanidad. Mientras las agencias internacionales cuantifican en unos 800 millones las personas que padecen hambre en el mundo, la FAO calcula que cerca de 1.300 millones de toneladas de alimentos se tiran cada año a la basura, representando todo un escándalo moral que demuestra que el problema del hambre no tiene su origen en la falta de comida, sino en su mala distribución y en prácticas de consumo insostenibles.

Un documentado artículo de Manuel Rivas titulado «Sopa de aleta de tiburón» explica cómo la moda de comer estofado de lengua de bisonte que se implantó entre la burguesía de las ciudades del Este de los Estados Unidos en el siglo XIX intensificó la caza de estos rumiantes hasta su práctica extinción. Hoy día, los tiburones están viviendo una matanza masiva debido a otra exquisitez de la gastronomía oriental copiada por las élites del mundo entero y basada en la aleta de tiburón, que propicia la pesca indiscriminada de tiburones para cortar menos del 5% de su cuerpo y arrojar los restos de los escualos moribundos al mar convertidos en desperdicios. Antes la lengua de bisonte, hoy la aleta de tiburón, son dos ejemplos de cómo la producción, distribución y consumo de determinados alimentos se basan en modelos económicos depredadores de la naturaleza y despilfarradores de recursos que llegan a poner en peligro a especies enteras, buscando únicamente la rentabilidad de la mercancía. También la pesca industrial de arrastre, que con redes kilométricas acaban con toneladas de seres vivos que son posteriormente descartados y arrojados al mar como basura, es un ejemplo de un modelo que despilfarra recursos hasta llegar a poner en riesgo las condiciones de reproducción de numerosas especies.

El volumen de alimentos desechados es tan grande que en todo el mundo ha llegado a convertirse en un problema, dedicándose importantes recursos y medios a retirar, gestionar y destruir toda la ingente cantidad de productos retirados antes de agotar su utilidad. Hasta el punto que se ha abierto paso la economía del desperdicio basada en las tres «D»: destruir alimentos, desechar comida y despilfarrar recursos. Por ello, la reducción de los desperdicios forma parte de la reducción del despilfarro, algo moral, social y económicamente importante cuando al mismo tiempo tenemos a millones de personas que pasan hambre en el mundo y dependen de la caridad para poder comer a diario, como también sucede en España.

Pocos derechos hay más sagrados que el de la alimentación, protegido y reconocido por tratados internacionales con el fin de garantizar la ingesta de calorías imprescindibles para la supervivencia. Sin embargo, con frecuencia se nos presenta el hambre como el producto de una fatalidad inevitable con la que tenemos que convivir, cuando en realidad es el resultado directo de cálculos y decisiones humanas. En un mundo con sobreabundancia de alimentos y con niveles gigantescos de comida desperdiciada, millones de personas tienen problemas para poder comer a diario, por lo que debemos empezar a plantearnos la necesidad de aprovechar los enormes volúmenes de alimentos desechados y comida desperdiciada, comenzando por nuestros entornos más cercanos.

La emergencia alimentaria creada por la crisis y las políticas de recorte aplicadas han puesto de relieve el problema del desperdicio de comida, generándose un debate sobre el aprovechamiento de alimentos. En Portugal, se ha planteado la iniciativa «Zero desperdicio», para mostrar la preocupación por el enorme despilfarro de alimentos arrojados a la basura frente a la necesidad creciente de tantas personas. Ante esta situación se plantea la recuperación de comida preparada en restaurantes, instituciones y grandes cadenas de distribución para su reparto a las personas seleccionadas por los servicios sociales municipales. Tras dos años de funcionamiento se estima que se habrían repartido solo en Lisboa cerca de un millón de raciones, a una media de 2.000 comidas diarias. La conciencia social del proyecto es tan grande que hasta la Asamblea Nacional portuguesa es un donante asociado. Francia es uno de los países más activos en el aprovechamiento de comida hasta el punto de haber aprobado una ley contra el desperdicio alimentario pionera que prohíbe a los supermercados tirar o destruir alimentos consumibles, estando obligados a firmar acuerdos con organizaciones solidarias para su aprovechamiento.

En España, sin embargo, mientras cientos de miles de personas necesitan recurrir a la caridad y solidaridad para poder comer diariamente, seguimos arrojando toneladas de comida a la basura porque nuestros responsables políticos siguen sin entender el valor del desperdicio. Esta semana se han presentado en el Congreso 244.000 firmas para evitar el despilfarro de comida en los comedores escolares. Esperemos que no acaben también en la basura.

@carlosgomezgil