Hablamos con frecuencia de digitalización, de impacto de las tecnologías asociadas a internet en nuestras vidas y en el devenir de nuestras empresas. Un reto y una oportunidad o un riesgo en función de cuál sea nuestra actitud y los recursos que dediquemos a la transformación digital de nuestra compañía.

Digitalización significa transparencia, velocidad de transmisión de la información, reducción del time to market, incremento de la competencia, etcétera, pero también significa simplificación de procesos y de costes asociados, apertura de nuevos mercados, mejor conocimiento de nuestros clientes, mejora continua, innovación, etcétera. Digitalización es sinónimo de futuro inmediato, prácticamente de presente en las empresas.

Da poder al cliente, sin duda, pero apoya simultáneamente la capacidad de competir de las compañías. Y no es una opción. El consenso de los analistas estima que un 40% de las empresas desaparecerán en los próximos 10 años si no afrontan la digitalización de forma proactiva. Y no es cuestión de tamaño o de cuenta de resultados pasada, sino de capacidad de adaptación al nuevo entorno cambiante, muy condicionado por esta revolución digital. La digitalización es ya el primer factor de competitividad en el mundo actual.

En una intervención reciente, la presidenta de Siemens España, Rosa García, daba a conocer algunas conclusiones de un estudio de su compañía en torno a la digitalización de empresas: La digitalización reduce costes operativos hasta en un 20% e incrementa el valor añadido entregado al cliente, lo que se traduce en aumento de la cuota de mercado a costa de las empresas que no aborden con seriedad este camino con participación de toda la plantilla.

La realidad de las empresas españolas, sin embargo, es la siguiente: solo un 35% tienen un ERP; solo un 16% de las Pymes y el 35% de las grandes empresas hacen comercio electrónico; o un 27% tienen conexión on line con sus clientes. Estamos lejos, por tanto, de ser capaces de aprovechar las oportunidades de la digitalización, a la vez que dejamos un campo muy amplio para la entrada de nuevos competidores.

A nivel individual, pues, tenemos que ponernos las pilas en el diseño de la estrategia digital de la empresa que enmarque las necesarias decisiones tácticas en este campo, lo que -según la «Séptima Encuesta Mundial sobre Coeficiente Digital de la Empresa», elaborada por PwC- exige el liderazgo del máximo responsable de la compañía, inversión desde todas las áreas de la empresa, y estrategia digital compartida por todo el equipo.

Y cuando se aborda un proceso de transformación digital -según el «Primer estudio de transformación digital de la Empresa Española», desarrollado por Territorio Creativo en colaboración con The London Business School of Economics-, suele haber una importante focalización en el área comercial (marketing, ventas, comunicación?) y menos en logística y operaciones, aunque la mayoría identifica los beneficios potenciales en todas las fases de la actividad empresarial pero reconoce falta de capacitación para abordarla.

Terminamos, por tanto, en el punto crítico de siempre: en las personas, en su capacidad para interpretar cómo cambia el entorno amplio y específico en el que se mueve su empresa; en la formación necesaria para adquirir una posición consistente en ese entorno cambiante; y en la capacidad de los directivos para conseguir el compromiso de sus plantillas para hacer frente a este desafío que supone la transformación digital de la empresa. Esta es, en mi opinión, la única opción.