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José María Asencio

Cifuentes, una lamentable dimisión

Me ha apenado la dimisión de José Luis Cifuentes como concejal y, paralelamente, me han causado cierta decepción las diversas reacciones ante los hechos que le han llevado a tomar esta decisión. Vivimos en un mundo convulso en el que el discurso cautivo suele no coincidir con lo que se siente, de modo que es frecuente hallar divergencias entre las reivindicaciones teóricas y las exigencias concretas, que suelen desmentir lo que se dice defender. Nos gusta, además, el espectáculo, siendo esta faceta de la política, que combina el escándalo con la crítica personal, aderezado todo con cierta pasión irracional hacia siglas y símbolos, la que prima sobre la eficacia y la buena gestión silenciosa.

José Luis Cifuentes es un prestigioso catedrático universitario, que no cobraba por su labor municipal (200 euros al mes), pero que dedicaba buena parte de su tiempo a ella, de forma altruista y movido por inquietudes sociales demostradas, precisamente, en esa falta de ánimo de lucro. Es evidente que, en tales circunstancias y aunque tuviera una compatibilidad administrativa para conjugar ambos cargos, el oficial y el profesional, no podía desatender las exigencias más relevantes de su tarea como profesor e investigador. Y un congreso internacional es de las que deben ser cumplidas. A nadie se le puede imponer, cuando se tiene prestigio profesional internacional, un lujo en el desierto de nuestra política, que renuncie o deje de cumplir sus obligaciones mínimas. Otra cosa es que el modelo a seguir sea el de quien vive solo de la política.

Su asistencia al Pleno que ha causado una crisis absurda, carecía de trascendencia práctica y solo respondía a las exigencias impuestas por la política mediática que sirve a los intereses de los partidos, pero que a los ciudadanos nos debería resultar indiferente. Una censura a la labor de un concejal no deja de serlo por el hecho de que no resulte aprobada por los votos de una mayoría ya predecible, pues al fin y al cabo en esta cuestión, como en todo lo que pasa por el tamiz de los partidos, los votos responden a las siglas, no a lo que se somete a análisis. La ciudad no está más o menos limpia y el concejal es más o menos responsable porque lo digan catorce o quince concejales. Lo que es, es y lo aprecia la ciudadanía, que se expresa al margen de las mayorías y minorías. Lo importante no es el voto de censura y el sambenito, tan productivo para los partidos, sino la crítica moderada y prudente en su momento a la gestión y el conocimiento público de esa denuncia. Sea o no sea certera.

Tampoco es relevante, más allá de nuevo de la incidencia en los egos y satisfacciones partidistas, que una partida presupuestaria se asigne a una concejalía u otra, cuando se ostenta por la misma edil. Lo que se quería, denunciar o imponer un mayor control del gasto a la referida, se consiguió y es público. El traspaso de las cantidades de un lugar a otro, cuando quien decide es el advertido, carece de trascendencia, de nuevo, práctica.

Qué decir de las imputaciones de amistad con el alcalde. Ni lo sé, ni me importa. Más aún, me satisfaría que esa amistad existiera. Ser adversario político no equivale a ser enemigo. Cualquier opinión en este sentido es muestra de una intolerancia propia de la nueva política, que necesita de la confrontación para existir, porque sin ella carece de muchos de sus argumentos. Vincular ese presumida amistad con la vieja militancia de Cifuentes en el PSOE es absurdo. Muchos de los que militan en un lugar lo han hecho antes en otros.

Es evidente que en este país no se admite a un político que no viva de la política y que, por tanto, no pone en el centro de su vida la disciplina irracional de los partidos pasada siempre por el tamiz de cierto vacío, carente de criterios reconocibles, especialmente en una España que lleva un año en campaña electoral. Qué fácil ha resultado que José Luis renuncie, se marche. No necesita para vivir verse sometido a la estulticia y al desenfreno irracional del extremismo de una política espectáculo que solo respeta los vaticinios electorales y que está más sometida a los análisis mediáticos que a la gestión rigurosa de lo público.

Que continúen algunos poniendo al Ayuntamiento en boca de todos por deslices más o menos intrascendentes. Que sigan apostando por el sainete y el chisme, por convertir la política en una inquisición de cortos vuelos, pero sañuda y destructora de personas con valía. No quiero decir con ello que sea imposible que se dediquen a la política personas de alta calidad intelectual y honradez, pues los hay, muchos, reconocidos y reconocibles. Pero tienen que tener una pasta muy especial para aguantar, como aguantan, los embistes y embates de la mediocridad que va imponiéndose a nuestro alrededor. José Luis no lo ha aceptado, por lo que le reconozco públicamente, a la vez que llamo la atención sobre una nueva política que se parece tanto a la vieja, que es imposible distinguirla.

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