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Arturo Ruiz

La policía está ahí fuera

Vamos a ver, compañeros. Uno creía que cuando Pablo Iglesias (el del siglo XIX, el impresor, el nuestro, no el otro) fundó este partido y lo hizo socialista y obrero, era para que llegara un día en que la policía sólo persiguiera a los delincuentes, no a las ideas, no a las organizaciones políticas. Por eso, me produjo náuseas que en este nuevo milenio la policía volviera a estar ahí fuera copando la calle Ferraz con la misión de vigilar estallidos próximos a la violencia, puñetazos que casi se dibujaban en el aire entre nuestra propia gente. Eso duele compañeros. Duele que tras tantas luchas amargas hayamos acabado por convertirnos nosotros, precisamente nosotros, en un intolerable problema de orden público.

Sí, sí, ya sé. No soy tan ingenuo. Sé que en nuestro partido socialista y obrero éste no es el primer tumulto al que nos enfrentamos. Sé de otras ejecutivas que se prolongaron durante madrugadas de cuchillos largos con navajazos dialécticos, chaparrones de fontanería política, traiciones por la espalda y hasta alguna bronca no tan dialéctica; y antes de eso tuvimos cismas muy gordos como el de Suresnes, cuando el compañero Felipe dijo, hasta aquí nos ha llegado el marxismo; y aún antes tuvimos pistoletazos y muertos y guerras civiles y duelos trágicos como el de Indalecio contra Largo Caballero que dejan lo del sábado en un chiste triste.

Sí, compañeros, venimos en parte de ahí y no tiene sentido negarlo. Ni avergonzarnos de ello. Porque también venimos de generaciones de militantes que durante años de desvelo lucharon por el partido intercambiando ideas y no amenazas, amaron la razón, la cultura y la ilustración y fundaron con ellas cosas tan grandes como la Institución Libre de Enseñanza de Francisco Giner de los Ríos, las asociaciones republicanas de maestras que precisamente ahora pretende homenajear una ciudad -Alicante- con un alcalde socialista -Gabriel Echávarri- que estuvo en el comité federal que, mira qué cosas, le falló a toda esa memoria.

Porque fallamos, compañeros, fallamos. Fallamos a lo mejor de nuestro pasado y también al futuro, al lugar donde queríamos ir. Que yo sepa, éste era el momento de abrir las puertas, airear la mansión socialista y obrera para que al fin fuera una verdadera casa del pueblo donde los militantes tuvieran la voz y la palabra. Eso queríamos, ay, Blas de Otero, ay. Para eso habíamos inventado las primarias antes que nadie, antes de que el tal Pablo Iglesias (el extraño, el otro) soñara siquiera con su primer programa de televisión.

Y resulta que a la hora de la verdad nos hemos olvidado de la casa del pueblo y de la militancia y hemos dejado que sea el aparato, el eterno y todopoderoso aparato, el que de nuevo decida, golpee, conquiste. Eso pasó el sábado. Y después está muy bien que el compañero Ximo pida perdón por todo lo que ha pasado y la compañera Susana derrame lágrimas de ternura, pero lo cierto es que el compañero Ximo y la compañera Susana han echado al compañero Pedro y se han adueñado del partido ignorando las voces del partido. Y, por si fuera poco, el compañero Pedro se despedía sin dejar preguntar a los periodistas. Conspiración y silencio. Lo de toda la vida. Lo peor de nosotros mismos.

Habría que preguntarse varias cosas, compañeros. Lo primero, si no será esta forma de actuar la que de verdad nos está sangrando tantos votos en tantas latitudes. También, si toda esta burda y gruesa batalla ha sido tan solo por el poder o ha habido detrás un pulso ideológico. Ojalá fuera esto último. Por lo menos habría merecido la pena. Pero entonces, los vencedores deberían explicar qué quieren. ¿Abstenerse para dejar que vote Rajoy, intentar una alianza de izquierdas, ir a unas terceras elecciones? ¿Qué?

Dijo Habermas que la única obligación real de los políticos era decirle la verdad a la ciudadanía. ¿Por qué no la decimos? ¿Hemos echado al compañero Pedro porque nos daba miedo que intentara un frentepopulismo con Podemos y los empecinados independentistas al más puro estilo Largo Caballero o porque este chico era tan soso que nunca dejaría de perder unas elecciones? ¿Quieren los críticos vencedores dejar que Rajoy gobierne porque es un palo volver a votar -y además el compañero Felipe no quiere- o porque en realidad, nosotros, socialistas y obreros, nos parecemos ya tanto a Rajoy que es mejor Rajoy que el caos?

¿Y bien?

¿La verdad?

Qué difícil es buscar la verdad, compañeros, mientras ahí fuera está la policía y el ruido de los gritos ya no deja escuchar las ideas.

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