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El silencio

Salvo en las comidas familiares de los domingos, suelo pasarme semanas enteras sin hablar con nadie excepto con los vendedores del mercado, de la prensa y -para mi desgracia- con los dependientes de los estancos; esto no quiere decir que esté aislado o incomunicado, no: soy una persona muy activa en las redes sociales y un esclavo del whatsapp, que permite una comunicación estrictamente para lo necesario y para no perderse en nimiedades. Vivir solo trae como una de las consecuencias -a veces mala, a veces conveniente, a veces positiva- ese silencio que solo se rompe voluntariamente porque el conocido como single está prácticamente siempre acompañado por los sonidos de la radio y la televisión, acompañantes habituales de los que hemos elegido (¿elegido?) una vida en solitario. Pero la desconexión absoluta con todo al menos durante una hora al día, que suelo practicar cuando cae la tarde, me parece una terapia excelente porque permite la meditación y la reflexión, sin que se dé uno cuenta. Es un encuentro con uno mismo, con esa mente ajetreada y ocupada permanentemente con elementos externos; y ese silencio temporal no dudo en recomendarlo porque, al menos en mi caso, resulta beneficioso. No estamos acostumbrados a dosificar las palabras, y a veces el exceso de verborrea tiene consecuencias nefastas, de ahí el famoso refrán «Soy dueño de mi silencio y esclavo de mis palabras». Sí, me gusta el silencio y detesto el ruido; pasar por la calle Castaños cualquier tarde de jueves a domingo, o adentrarse en la conocida como Plaza de las Flores del Mercado Central, cuando empieza el tardeo, es como escuchar el rugido de la marabunta de hormigas de la famosa película. Y como soy incapaz de leer un libro con ruidos o con la radio conectada, el silencio se me hace imprescindible en tales casos. Pero ese silencio tan querido se me hace insoportable al regresar a casa, por lo que tengo por costumbre dejar conectada la radio cuando salgo y alguna luz encendida que, al abrir la puerta, me hará sentir que hay vida a mi alrededor; además, esa costumbre me sirve también para distraer a los posibles amantes de lo ajeno, que se sentirán intimidados si perciben vida en el interior de mi vivienda. Noto que la gente necesita un poco de silencio en sus vidas; y me divierte ver a los amigos que viven en pareja, que tienen hijos o nietos; al entrar al salón de mi casa miran con cierta envidia el sofá de cuatro plazas frente al gran televisor: «Qué gusto imaginarte ahí tumbado sin que nadie te dé el coñazo!» , me dijo uno. ¡Ay si supiéramos utilizar bien el silencio y hacer uso de la palabra cuando realmente es necesaria! Porque en muchísimos momentos de la vida la palabra es imprescindible, y debe utilizarse con firmeza y en voz bien alta; son los momentos en que no estamos de acuerdo con lo injusto, con la insolidaridad, con la mala educación, con las agresiones verbales, con? En tales casos, y en muchísimos otros, debemos alzar la vozy procurar la economía de las palabras, mejor usar las justas para no perdernos en disquisiciones que adornan o esconden lo esencial. Los que durante años hemos protestado por la salvajada del tristemente famoso Toro de la Vega de la localidad de Tordesillas, no hemos celebrado ruidosamente, como merecía la ocasión, que hace una semana por fin el pobre toro no fuera víctima de las lanzas de los aguerridos lugareños. Ni estamos alzando la voz por el inadmisible comportamiento de esos diputados que en su momento elegimos para que defendieran nuestros derechos, dando una clara muestra de que no sirven para llevar a cabo correctamente la tarea encomendada; mientras, siguen cobrando sus sueldos. Ni tampoco, como último ejemplo de este repaso, llamamos la atención al tripartito que gobierna nuestro ayuntamiento que hacen públicos sus «vicios privados» públicamente en lugar de exhibir sus virtudes, olvidando que se va acercando (aunque queden más de dos años) la nueva convocatoria de elecciones, donde ellos y los ciudadanos nos jugamos mucho. En algunos casos el silencio es pernicioso, porque se convierte en El silencio de los corderos.

La Perla. «Soy tan partidario de la disciplina del silencio que podría hablar horas enteras sobre ella». (George Bernard Shaw)

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