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El cambio de eje

Cuando Carles Puigdemont cogió el pasado lunes el tren para volverse a Barcelona después de la cumbre con Ximo Puig en Valencia, el jefe del gobierno catalán colgó en su cuenta personal de Twitter el siguiente mensaje: «Gràcies president @ximopuig per la gran acollida que ens heu dispensat. Ens hem sentit a casa». Más allá de la cortesía institucional, el movimiento de Puig y la sintonía que traslada Puigdemont con ese tuit -es la segunda vez que se han reunido y han pactado hacerlo a partir de ahora cada seis meses- encierra, al margen de la propaganda y el griterío que quiere desplegar el PP, un escenario nuevo en la agenda política valenciana: un cambio en el orden de la relación de la Comunidad con otras autonomías del Estado. Y eso, en estos momentos, no es una cuestión casual. Ni tampoco menor. Todo lo contrario. Ximo Puig ha restablecido el diálogo con un socio económico preferente. Pero, además, ha logrado colocar a la Generalitat Valenciana en un lugar clave del tablero político que se juega en España -otra cosa es que luego se aproveche esa posición de privilegio- y, de paso, desmontar de un plumazo el argumentario del PP que quiere aprovechar Isabel Bonig. Vamos por partes.

Ximo Puig y Carles Puigdemont comparten una serie de afinidades que han sumado puntos a la hora de acelerar lo que era una evidencia. Una de las prioridades de un nuevo Consell de izquierdas y con una innegable sensibilidad valencianista pasaba por recuperar la relación con Cataluña, casi inexistente en las últimas dos décadas con una semiclandestina reunión entre Francisco Camps y José Montilla como único antecedente hace ahora siete años. A esa obligación de volver a mirarse a la cara se une la sintonía entre los líderes políticos. Los dos presidentes comparten generación; antes de llegar a la política ejercieron la misma profesión: el periodismo; tienen la visión, como siempre dice Puig, de «coser» el territorio en tanto que ambos proceden de las zonas más al norte de sus comunidades: Castellón y Girona; se entienden en el mismo idioma, algo muy importante para generar un mayor grado de confianza; y además Puigdemont ha encontrado en el jefe del Consell un interlocutor que le concede una cierta comprensión. Ximo Puig, como explicitó en público, prefiere que Cataluña se quede dentro de España como locomotora de la «pluralidad». Pero siempre ha abogado por el diálogo y por la obligación de escuchar a esa mitad de la sociedad de la región vecina que apuesta por la aventura de la independencia.

Culmine como culmine el desafío soberanista, volver a sentarse en la misma mesa con un socio con el que se vivía de espaldas por cuestiones de tacticismo electoral del PP era una necesidad para la Comunidad. Un movimiento estratégico fundamental para el ejecutivo de Ximo Puig. Cataluña es uno de nuestros principales destinos comerciales y económicos, arrastramos el problema del expolio con el reparto de la financiación y tenemos intereses comunes en infraestructuras: el Corredor Mediterráneo para dar salida a nuestros productos hacia Europa. La escenografía de la cumbre estaba muy meditada. Medida al milímetro. Cada presidente y dos consellers por bando. Ximo Puig eligió a María José Salvador, la consellera socialista, junto a Vicent Soler, con un perfil más valencianista; y al alicantino Rafa Climent, uno de los miembros del gobierno que proceden del alma nacionalista de Compromís. Puigdemont se trajó a Jordi Baiget, un especialista económico; y a Josep Rull, líder de los socialdemócratas de la antigua Convergència que mantiene relaciones muy fluidas con dirigentes de Compromís que ahora son altos cargos del Consell. No pasó desapercibida, de hecho, la «foto» en redes sociales de su «encuentro informal» con responsables de las consellerias de Justicia y de Educación.

La reunión le sirvió a Puigdemont para demostrar como contraposición a la cerrazón del PP que tiene capacidad para dialogar y llegar a acuerdos desde la lealtad institucional. Pero, desde luego, en estos momentos, la operación le concedió más crédito a Ximo Puig, necesitado de golpes de efecto después de perder la iniciativa en el debate sobre la Comunidad celebrado la semana pasada en las Cortes. No sólo le facilita reabrir vías de colaboración con un agente fundamental para la economía valenciana. Por encima de eso, cambiar el «eje de la prosperidad» del PP -el frente que impulsó Camps con Madrid, Murcia y Baleares- con la única excusa de atacar a Zapatero por la relación con Cataluña coloca al jefe del Consell, a día de hoy, como parte de la solución del principal problema de España: el conflicto territorial.

En estos momentos, Ximo Puig es casi el único líder institucional que puede mantener un contacto fluido y directo con Puigdemont frente a la incomunicación con Mariano Rajoy. «Quan la política i el diàleg s´obren camí surten iniciatives com la liderada per @ximopuig per reconstruir les relacions amb Catalunya», lanzó el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, en un tuit en catalán que describía de forma tan correcta la vía iniciada por Puig como la debilidad del dirigente socialista. Lejos de estar pendiente de lo que ocurre en Cataluña, Sánchez intentaba con ese mensaje acercarse a Puig -líder de una de las principales federaciones socialistas- en un momento en el que su caída como responsable de Ferraz parece casi sentenciada en pocos días -el domingo tras las elecciones vascas y gallegas o en un comité federal en un plazo menor a un mes- ante la presión de los «barones».

Pero además, el movimiento también descolocó al PP de Isabel Bonig, crecido tras su apreciable éxito del debate sobre la Comunidad y empeñado en continuar agitando el conflicto con Cataluña para la campaña electoral. Desde primera hora de ayer, los «cachorros» del PP -los populares usan a Nuevas Generaciones como estilete en las redes sociales- lanzaron mensajes muy críticos contra el gobierno de izquierdas de la Generalitat. «Los valencianos no merecemos un presidente sumiso ante quienes quieren romper España y nos desprecian como si fuéramos su colonia», proclamaban junto a una portada de periódico con el título: «Puig da oxígeno al independentismo catalán». La rabieta del PP tuvo poco recorrido. El anticatalanismo como arma electoral quedó enterrado tras las municipales de 2015: Compromís gobierna la ciudad de Valencia, el gran campo de batalla de la derecha autóctona contra Cataluña. La sociedad valenciana -muy diferente a la de hace tres décadas- ya superó una fractura que, a estas alturas, tiene un eco limitado. No es esa la única razón. Además, en esta ocasión, el PP también se topó con otro muro: la plana mayor de la sociedad civil y de los empresarios estaba en la misma reunión junto a Puig y Puig demont para reivindicar problemas comunes que afectan a todos como el Corredor Mediterráneo y la financiación. Y frente ese eje contra Madrid tejido por Puig, el PP está atado de pies y manos.

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