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José María Asencio

Campaña electoral permanente

Llevamos casi un año en campaña electoral, tensando el país, magnificando las noticias al compás de un permanente reality show -una campaña en toda regla-, en el que el escándalo es el argumento más común que utilizan quienes no tienen o no quieren formular propuestas para el buen gobierno. Un país nervioso, ahíto de bronca y confrontación durante tanto tiempo, no puede tener un final afortunado. De ahí que el cansancio se vaya acumulando en la ciudadanía, el hartazgo ante la pasividad frente a los problemas, a los que se presta poca o nula atención, ante un canibalismo que lleva a que todos contra todos se destrocen en una lucha sin cuartel que tiene como objetivo el desgaste del contrario, pero que está consiguiendo un efecto que alcanza a la política misma. Las victorias de algunos, esas de las que se pavonean en sus cenáculos, son pírricas, porque ha calado ya la conciencia de rechazo frente a una situación en la que la imagen de la política ha caído muchos enteros en el imaginario colectivo. Si en toda campaña electoral, siempre poco edificante, se produce un cierto hartazgo de muchos que no soportan la tensión a la que se ven sometidos por los discursos altisonantes y poco creíbles, en esta ya casi eterna que parece haberse instalado para siempre como norma de conducta, que no tiene fin, las víctimas de la presión política se han ampliado y la abstención ya es el partido más votado y en ascenso.

Cuando lo normal se convierte en la excepción y la excepción en la normalidad, los efectos son demoledores para el sistema. Cuando el interés superior es ganar, lograr el poder, pues ese es el fin de las campañas electorales y esa sensación se perpetúa, se transmite una imagen denigrante del modelo democrático de partidos que, a la larga, tiene efectos que el tiempo mostrará, pero del que nadie quedará a salvo. La democracia no es un sistema perfecto, es muy sensible y los partidos, cuando se comportan como partidas, magnifican los defectos del mejor modelo existente, generando rechazos amplios en quienes se ven desamparados y supeditados a los intereses de los que rigen lo que deben ser cauces de participación, no de poder personal, especialmente si carecen de méritos fuera de sus organizaciones, algo común y generalizado.

Los partidos, paradójicamente, se encuentran a sus anchas en esta ciénaga que les permite hacer lo que mejor saben, crear espectáculo, señalar al contrario, asignarle todos los males y ofrecerse como la solución sin indicar nada concreto y eficaz. Para terminar de complicar la situación, en estas etapas dilatadas, florecen los conflictos internos no estando nadie a salvo de la cuchillada vil, pues la promesa de otra nueva contienda electoral ofrece la esperanza de estar ahí esta vez, por fin o de no ser revocado por quien ansia tu puesto recién estrenado y, esta vez, tan breve, como poco digerido y disfrutado. La inestabilidad interna se traduce en tensiones que transmiten otra imagen poco edificante y que incrementa más la idea de que interesa lo que interesa, no precisamente lo general. Pura ambición que esta situación irregular transforma en normal y se ofrece sin pudor.

España no puede continuar por esta senda de provisionalidad en la que nadie cumple con sus obligaciones pues no queda espacio alguno, ni hay serenidad para ocuparse de los problemas reales que están ahí, sin resolver, pues un gobierno en funciones carece de los instrumentos necesarios para afrontarlos. Son tantos los que van a ir surgiendo, que es inaudito que los actores de este esperpento no sean conscientes de la urgencia de algunos de ellos. España necesita calma, normalidad, buen gobierno y no una permanente bronca que cada vez es más intensa, pues los efectos en la conciencia colectiva de cada escándalo son cada vez menores en una sociedad que se va acostumbrando a esta forma de vivir en la que los partidos son maestros. Una campaña electoral permanente, protagonizada por actores de tan baja sensibilidad y formación, incapaces de ofrecer otra cosa que exabruptos y coces a los adversarios, genera un ambiente gris que cala en la ciudadanía. Se equivocan quienes piensan que esta estrategia del esparcimiento de la basura ajena, silenciando la propia, común por otra parte a todos aunque quieran ocultarlo, les va a producir resultados positivos. Al final es el modelo mismo el que está viéndose perjudicado y la confianza en él reducida al compás de la escasa responsabilidad de quienes son tan fanáticos, que no ven más virtud que la propia y el mal en el que opina diferente. Todo lo contrario que la sociedad, agotada, mucho más tolerante que los malos personajes de este drama en que se ha convertido la política española, intransigente, extrema, ridícula en sí misma, insoportable por su evidente histrionismo y carente de referentes y ejemplos a seguir.

Con seguridad algún día acabará esta transición hacia la nada, pues la nada es el resultado de una situación en la que el ganador será dueño de una tierra quemada por políticos que no son la solución, sino el problema.

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