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Bartolomé Pérez Gálvez

Rajoy en su gallinero

Decididamente, el Partido Popular ha llegado a un punto sin retorno. Resulta imposible la regeneración que plantean, porque pretenden acometerla con los mismos mimbres. La gravedad de la situación es de tal calado que aboca al PP hacia una necesaria refundación. No es un drama sino, muy al contrario, puede ser la solución; de hecho, algunos ya lo vivieron con Alianza Popular, aunque fuera por motivos bien distintos. En un contexto en el que el descrédito político sigue en ascenso, liderar el centro-derecha español exige ofrecer evidencias de una honestidad intachable. Y no es precisamente de honorabilidad de lo que puede alardear, a día de hoy, el partido de Rajoy. La Justicia podrá declarar inocentes a muchos de los ahora señalados, pero no alcanzará a valorar la moralidad de estos comportamientos. Este juicio, que corresponde a los ciudadanos, es el que realmente acaba dando el finiquito a las organizaciones políticas.

Dice Rajoy que no puede reclamar el escaño a Rita Barberá, justificándose en que ya no tiene autoridad sobre ella. Una burda excusa, porque cuando la tuvo bajo su mando tampoco se preocupó por pedirle explicaciones. Bueno, ni a ella ni a nadie, que todos sabemos de su afición a ponerse de perfil cuando soplan malos vientos. Ahí lo tienen, dejando a Luis de Guindos a los pies de los caballos con el caso Soria. ¿O alguien cree que el presidente del ejecutivo desconocía el nombre del candidato propuesto por su Gobierno para ocupar una dirección general en el Banco Mundial? Es evidente que no y, si así fuera, cabría preguntarse a qué diablos se dedica.

La que fuera todopoderosa alcaldesa de Valencia ha defendido su decisión de atrincherarse en el Senado exponiendo, entre distintas cuestiones, que «me ampara la Ley». Sin duda, ese fundamento es irrebatible: lo hago porque es legal. Parece lógico pensar que un cambio legislativo podría impedir, o dificultar, mantener el escaño tras abandonar el partido. Pues ya toca definirse. Rita Barberá, también ha declarado que su dimisión se interpretaría como un reconocimiento de culpabilidad. O se confunde, porque no ha aprendido nada en su larguísima carrera política, o menosprecia al respetable tratando de confundir. Que tiene derecho a la presunción de inocencia es obvio, como lo es la legalidad de su permanencia en la Cámara Alta. Pero ni uno ni otro argumento justifican su proceder, ambos son inaceptables. Privada ya del cariño que le profesaban en Valencia, la dimisión quizá podría haberle permitido recobrar cierto grado de apoyo ciudadano. No ha sido así, por soberbia, por miedo o ambas cosas.

En su condición de senadora autonómica, poner el escaño a disposición de Les Corts hubiera sido una muestra de respeto al pueblo valenciano. Por el contrario, su actitud merece reprobación. Y como afiliada al PP -la baja solicitada no deja de ser una triquiñuela-, habría evitado infligir más daño a una formación que vive su peor momento. Aun en el supuesto de que el Tribunal Supremo acabe por considerarla inocente, no habrá sido honesta ni con el parlamento valenciano ni con su propio partido.

El resultado final es una nueva tránsfuga para los populares, porque en eso se ha convertido la otrora lideresa histórica. Obligada por su arrogancia y ante la falta de respaldo de sus compañeros de filas, la fundadora del partido concluye su exitosa trayectoria política por la puerta de atrás. De paso, su marcha ha evidenciado que Judas sigue siendo el santo patrón de los políticos. Basta con ver el rápido repudio de quienes cabalgaban con ella en el PPCV. Bueno es que exijan su dimisión pero dudo de que, detrás de la propuesta, exista más motivo que el de salvar sus propias cabezas y defenestrar a una rival. No olviden que los populares valencianos siguen bendiciendo a tránsfugas e imputados, pero a Rita le han sacado los ojos los mismos cuervos a los que ella dio de comer.

Si en Valencia no le han dado afecto, en Génova tampoco hay una posición clara respecto a ella. Es patético que tenga que ser el socialista Juan Carlos Rodríguez Ibarra quien acabe echándole un capote. Como no podía ser de otro modo, Rajoy no se ha mojado. Ni la defiende ni la censura, como si el escándalo de la financiación del PPCV no fuera con él. Y es que, una vez más, el presidente popular ha puesto de manifiesto la escasa lealtad que profesa a su tropa y el desgobierno de su partido. No hay duda de que nadar y guardar la ropa sigue siendo su máxima.

Pablo Casado y Javier Maroto -vicesecretarios generales del PP- han mostrado mayor coherencia, reclamando a Barberá que devuelva el acta de senadora. Maroto incluso ha llegado a calificar su comportamiento como indigno y poco ejemplar. Sin embargo, la unanimidad no ha sido la tónica entre los miembros de la Junta Directiva popular. El desbarajuste ha resultado patente por la falta de coordinación entre sus principales representantes.

Mientras Rajoy evita dar la cara, la secretaria general del partido se posiciona en favor de la senadora. María Dolores de Cospedal no encuentra razón alguna para que Rita Barberá abandone su escaño. Incluso considera que tampoco hay motivo para que los ciudadanos se indignen ante esta situación. En fin. Y para complicar aún más el panorama, José Manuel García-Margallo se sincera declarando que se le hizo dos ofrecimientos: o marcharse del partido o dejar el escaño. Una afirmación que deja en entredicho las palabras de su jefe, corroborando que Rajoy sí dispuso de esa autoridad en cuya falta se escuda ahora.

A la espera de la tercera convocatoria de elecciones, en Valencia da comienzo el nuevo goteo de imputaciones. Las relevaciones del ¿arrepentido? Marcos Benavent, acercan al banquillo a los más estrechos colaboradores de Francisco Camps y Rita Barberá. El propio Camps ha sido implicado en el reparto de comisiones. Lejos de ser cosa del pasado, las acusaciones se extienden a la actual cúpula de los populares en la provincia de Valencia. El espectáculo no ha hecho más que empezar.

Queda por conocer qué opinan los más críticos a Rajoy de la crisis en la que se encuentra inmerso el PP. Desde los think tanks ideológicamente próximos, como FAES o la Red Floridablanca, llevan tiempo avisando sobre una situación que puede acabar dinamitando a los populares. Entretanto, mientras las piezas se mantengan invariables, difícil será alcanzar regeneración alguna. Lástima.

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