«Cuando los catalanes sepan cantar las canciones de Castilla; cuando en Castilla se conozcan también las sardanas y se toque el "chistu"; cuando del cante andaluz se entienda toda la profundidad y toda la filosofía que tiene, en vez de conocerlo a través de los tabladillos zarzueleros; cuando las canciones de Galicia se canten en Levante; cuando se unan cincuenta o sesenta mil voces para cantar una misma canción, entonces sí que habremos conseguido la unidad entre los hombres y entre las tierras de España»

(Pilar Primo de Rivera, Cancionero de la Sección Femenina).

El régimen franquista rompió rápidamente con la herencia republicana, eliminando el marco cultural en el que se gestó y desenvolvió la generación musical del 27. La importancia dada al folklore y la utilización de la figura de Manuel de Falla fueron las primeras manifestaciones oficiales que trazaron el devenir de la música en aquellos años.

Nombrado presidente del Instituto de España, Falla renunció, y reiteró angustiado que se anulase dicho nombramiento. Las autoridades no accedieron a ello, sólo lo eximieron de cualquier responsabilidad, pues estaban encantadas del efecto propagandístico que su sola presencia nominal proporcionaba. Además, su obra pasó a valorarse bajo el prisma de las nuevas directrices ideológicas. En los artículos a él dedicados se destacaban aspectos como su catolicismo, su ascetismo, nacionalismo y sus referencias a Castilla. En ningún caso se abordaron las cuestiones más vanguardistas de su obra.

Regino Sainz de la Maza sublima la labor creativa del gaditano comparándolo con los músicos, poetas y santos de nuestro pasado imperial: «Explorador de las rutas musicales de España, el genio de la raza se expresa en él con sus atributos propios, con el carácter que marcan las creaciones de un Vitoria, de un San Juan de la Cruz, de un Cervantes. Con la misma grandeza, la misma austeridad, idéntica fuerza expresiva». Se refiere a El sombrero de tres picos como un nuevo paso en el camino de la unidad musical de España.

El Concerto para clavicémbalo lo presenta como la subida al cielo del compositor y su neoclasicismo como las esencias inalterables de la raza: «Desde este momento, Falla aspira al cielo. Ciñe a su musa el cilicio, la despoja de todo lo superfluo, de lo accidental, y nos da la imagen desnuda y pura de Castilla, su resonancia ancestral, austera y mística». Finaliza con una referencia a Atlántida: «Faltaba lo épico en la obra de Falla. España trascenderá a ciclos lejanos en esta epopeya sonora. Se hará realidad musical el mito de la tierra sumergida. Y sobre el abismo azul de las aguas se alzará la voz sempiterna de España».

Aunque no aparece citado en la legislación del periodo ni es generalmente aludido en la bibliografía, la figura del catalán Felip Pedrell se halla implícita en la política musical del momento, caracterizada por la exaltación de lo nacional. Así, el primer suceso destacado en el ámbito musicológico tras la Guerra Civil fue la Exposición «La música española desde la Edad Media hasta nuestros días», llevada a cabo en la Diputación Provincial de Barcelona para conmemorar el centenario de su nacimiento. Además, para la realización del Cancionero de Sección Femenina, se utilizó precisamente el Cancionero de Pedrell.

La importancia conferida a la música popular aparece claramente delineada en la obra de Joaquín Turina, músico oficial del periodo. El sevillano condena las influencias europeas, neoclasicismo, «politonalidad», empleo de cuartos de tono, y resume la situación planteada por ellas como si de una lucha se tratara. Como ejemplo edificante cita a Ernesto Halffter, identificado en su primera juventud con el grupo internacional de intelectuales y felizmente reconducido con posterioridad por Manuel de Falla.