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Mariola Sabuco

Más parecido con Marte

El fuego, intencionado, nos ha golpeado nuevamente en una provincia en la que cada vez queda menos por arder. Las llamas se llevan por delante un trozo del edén de la Marina Alta, por la mano y capricho de una persona indeseable, a la que le ha sido fácil prender la vetustez de un pinar que, como en la mayoría del resto de la provincia, malvivía en una triste ancianidad falto de agua, de poda y acosado por las plagas. El incendio que acaba con centenares de hectáreas entre Jávea y Benitatxell es una catástrofe que se nos presenta cuando cruzábamos los dedos porque, este verano, la rápida intervención de los servicios de emergencia abortó en otros puntos de la provincia dos siniestros que murieron sin dejar apenas huella. Ahora no ha sido así. Miles de personas han tenido que dejar sus casas en urbanizaciones diseminadas entre la ardiente masa forestal que no fue depredada en su momento por el furor edificador que, no pudiendo levantar un ladrillo más en primera línea de playa, buscó las vistas al mar desde la montaña. Lo que no se comieron los urbanizadores hace veinte años se lo zampó el fuego desde el domingo. Ya no hay en la Comunidad Valenciana posibilidad de recalificación de terrenos calcinados, tampoco sería posible en esa zona de Xàbia, ya suficientemente edificada; sin embargo, con este incendio son ya 66 los sufridos hasta el momento, y seguro que no acabará, ya que un pirómano siempre se alimenta del fuego de otro. Afortunadamente, en esta ocasión no ha habido que lamentar pérdidas humanas, como desgraciadamente sucedió hace unos años en Torremanzanas, pero cuando los bomberos y los brigadistas den por acabado su trabajo de varios días en Xàbia, en esta provincia todos seremos un poco más pobres. No tenemos agua porque ni llueve ni se resuelven bien los trasvases del Tajo y del Júcar, y tendremos menos oxígeno por la progresiva pérdida de masa forestal y el exponencial aumento de la contaminación que, juntos, contribuyen al cambio climático y a que cada vez llueva menos en una zona que poco a poco se irá pareciendo cada vez más a la rugosa y estéril superficie de Marte. Mi generación no lo verá, pero es triste el legado medioambiental que dejaremos atrás.

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